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El balcón de Miau 2

Imagen de la Mujer

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Por Sonia González Arana

Hoy por la mañana, mientras tomaba el Sol, dos mamás vinieron a pedir información al  colegio privado que está frente a mi balcón.

Ambas traían a sus hijos con cubrebocas, como si en verdad creyeran que los mantendrían bien puestos todo el tiempo; ellas, en larga plática, sacaron varios temas: covid-19, remedios, casos ciertos o no, apoyadas, por supuesto, de su infalible celular siempre a la mano, mientras los niños, muy contentos, uno de ellos tenía el cubrebocas como retenedor de papada y, el otro, colgado como arete, que finalmente, terminó en la acera.

Saludaron a los niños con un beso, por eso de que la falta de atención que puede desatar desequilibrio emocional en su vida adulta, pero entonces, ¿lo que pase en sus cabezas en este momento no es importante?, ¿cuándo es importante ponerles atención?

Todos los que han pasado debajo de mi balcón usan celular, esas mamis estaban “conectadas” decían, atentas a sus teléfonos, a la plática, a los documentos que traían consigo y a los niños que “acabaron temprano”.

La multifuncionalidad debe ser muy complicada, en mi caso, dedico tiempo a comer, a tomar el sol, a dormir y al hacerle saber a Liz, que es la mejor compañera del mundo.

Pero, esas mamás que tan efusivamente se saludaron, al subirse a sus respectivos carros, señalaban, una que los zapatos de la otra eran una facha y la otra, que la bolsa que traía no era de marca.

¡Los niños habían estado tan contentos de verse!, ellas no lo notaron, pero al despedirse, sus caritas se entristecieron y con un agitar de manos, se alejaron uno del otro.

Todo lo que escuchan hace eco en ellos, todo tiene que ver con lo que viven, lo que les inculcan de manera consciente o no.

El tiempo me da la razón. Desde aquí he visto crecer a muchos, niños inocentes que llegan felices y compartiendo, luego, al convertirse en jóvenes, pasan en sus autos a gran velocidad, pero agreden a sus amigas con las palabras o en su actuar.

También he visto que esos jóvenes, más tarde, traen a sus hijitos apresurados, teniendo diferencias si era la mamá la que lo recogería o no. Espero que ahora, en la emergencia sanitaria eso haya cambiado un poco.

Aquí en el edificio en donde vivo teníamos una vecina, la del cuatro, quien vivía con su hija, una niña como de unos 11 años. Desde que llegaron, casi todo el tiempo, se escuchan gritos y sombrerazos. Con la pandemia, se escuchaban las discusiones de si la niña quería o no tomar las clases en línea, o si lo que más deseaba era salir o si quería comer o irse a dormir.

El papá venía por ella los sábados y la chiquilla, invariablemente, salía con una gorda mochila, cartulinas y bolsa, además de las dos perritas que tiene.

En contraste, él, generalmente, se le veía nada entusiasmado al acomodar todo en su coche.

En una ocasión, por el interphone los vecinos escuchamos a la mamá decirle a la pequeña que había olvidado la maleta de la ropa, mientras el papá esperaba en el auto con las perritas y la cajuela abierta.

Aún con el cubrebocas, podía entenderse lo que vociferaba, se le veía muy impaciente esperando a que la niña subiera por el resto del equipaje.

Y esa escena de disgusto se repitió al día siguiente, cuando regresó a su hija a la casa materna.

Recién se cambiaron y ahora este piso está tranquilo y en calma. Afortunadamente, para mí y los demás, porque estoy segura que el resto de los vecinos también estaban tan estresados como yo, porque las diferencias entre madre e hija no tenían horario alguno, para nada, las discusiones podían ser por la mañana, en la tarde o ¡a media noche! Nosotros los felinos acostumbramos pelearnos en la noche, será, quizás que el efecto de la luna nos afecta, además, nos gusta desvelarnos y estoy segura que varios de ustedes han sido testigos.

¡Hasta la próxima!

Atentamente, Miau.

                                                @soniago27624180        

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