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Morena, nueva generación

Gabriel Reyes Orona

Gabriel Reyes Orona

México sin maquillaje

Tras haber aniquilado a corrientes de la vieja izquierda, Mario Delgado se ha despojado de su ropaje neoliberal y tecnocrático, adquirido con orgullo en río Hondo, para enfundarse en el traje de luchador social, a pesar de que ninguna causa popular se cuenta en su haber. Lo más cercano a lo comunitario son aquellas fallidas inversiones que hizo en Metrofinanciera, con serio perjuicio y quebranto de los recursos destinados a la línea 12 del metro.

Pero tal y como lo ha anunciado el incorruptible, el cambio generacional ya está en marcha, por lo que Ebrard, al más puro estilo del revolucionario, se ha agandallado la estructura partidaria, desechando a los líderes históricos del movimiento.

De manera frontal y contundente, se ha dicho a los médicos privados que solicitan ser vacunados, lo que decían los cadeneros en las discotecas ochenteras: ustedes no son nuestro target, ya que ellos no juegan un rol electoral, como sí lo hacen los maestros, a quienes han usado en mesas de casilla desde hace tres décadas.

Sí, las redes, progresistas o no, son las que con el dinero público se han entramado hace muchos años, a lo largo y ancho del país, en exclusivo provecho de los políticos que controlan plazas y posiciones sindicales. Los maestros son los que permitieron a Camacho, y luego al PRD, apoderarse de la capital, y, paulatinamente, de otros importantes núcleos de votación.

Pero resulta que Delgado no es maestro; nada tiene que ver con sindicatos ni cuenta con una trayectoria territorial que lo avale, por lo que acude a hacer aspavientos y dar de gritos, repitiendo el mismo mensaje, esté donde esté, imitando a los agitadores pueblerinos que se muestran en las películas de la época de oro del cine nacional. Al escucharlo, es imposible no recordar al Zorro del Desierto de los Leones.

Pero la cabeza de la nueva generación, que lo mismo ha sido policía, regente o canciller, no ha formado cuadros para un proyecto nacional, dado que, en su apurada salida del país hacia el cobijo de su tierra ancestral y tesoros, sólo mantuvo contacto con algunos incondicionales, quienes cuidaron la retaguardia, más que por lealtad, por preservación propia.

De la operación financiera cercana a Videgaray y demás capos del cártel de Chicago con los que se formó, Delgado pasó a dirigir un esquizofrénico partido político que, aunque sea el oficial, tiene que hacer lo imposible para que el resto de los vástagos del movimiento presidencial no le coman el mandado.

No es oficio político lo que ha producido las cuestionables y deficientes leyes que salen de la vaporera de San Lázaro, sino el abuso de una mayoría mal habida, que no fue suprimida con oportunidad por los órganos que supuestamente salvaguardan la Carta Fundamental.

La más grotesca y vulgar de las aplanadoras vomitó leyes que avergüenzan al más básico y primitivo de los constitucionalistas, la degradación jurídica de nuestro foro es innegable. Así que, aún, no puede proclamarse como “político”, sino como útil usufructuario de las prebendas del grupo que operó sigilosamente los patrocinios del tabasqueño.

Se sabe a prueba, ya que el crecimiento de los caínes que le impusiera el dueño de Morena, no sólo significaría el fin de su novel calidad de dirigente, sino que también implicaría la posibilidad de que el relevo no sea el afrancesado.

Habrá que ver cómo lidia con los intereses del inframundo, particularmente de quienes traen y llevan el efectivo de los negocios turbios, para saber si se mantendrán los entendidos que hace poco decidieron la presidencia.

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