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El neocaudillismo

Gabriel Reyes Orona

Gabriel Reyes Orona

México sin maquillaje

El próximo año presenciaremos un cambio importante en la forma de hacer política en México, dado que el titular del Ejecutivo federal hurgará en los orígenes del que fuera su partido político, desechando el revuelto y desordenado movimiento que le permitió alcanzar la Presidencia. Esto es, en dos años hemos visto, que lejos de alejarnos de las formas y modos implantados por Plutarco E. Calles, éstos rápidamente vuelven a campear en el terreno político nacional, enfilándonos hacia el modelo que verdaderamente acomoda al personaje, el caudillismo.

El caudillo intentó —en repetidas ocasiones— emplear como plataforma a los partidos de izquierda surgidos en el seno del PRI, pero, finalmente, llegó a la conclusión de que la fórmula exitosa para acceder al poder requiere alinear intereses, filias y fobias, explotando la veta de prosélitos que se ha formado a la vera de líderes que no terminan por alcanzar el peso requerido para dar pelea en una contienda nacional. Pero fue hasta que sumó a personajes que discretamente financiaran su creación cuando pudo ofrecer al de Los Pinos lo que parecía un atractivo arreglo.

Bastaron diez años para que AMLO fundiera el molde de un amasijo que puede aglutinar las más diversas y encontradas visiones, creando y alimentando una pasión desmedida por destruir a un enemigo común que hiciera invisibles las irreconciliables diferencias que existen entre quienes le llevaron a la Presidencia. Sin embargo, el movimiento carece de coherencia y consistencia de objetivos, ideología y, sobre todo, de un proyecto en el que quepan todos, por lo que bien sabía que se trataba de un formato desechable, del cual tiene que desembarazarse lo más pronto posible.

Por eso, desde el primer día dejó de hablar de Morena para hablar de la 4ª Transformación, en la que es el caudillo, lo único imprescindible. En su mente no está la consolidación de un partido oficial, que sólo le arrienda conflictos y ambiciones que no puede ni quiere solventar.

En poco tiempo, cuenta con el apoyo de seis de las diez opciones que aparecerán en la boleta electoral, teniendo la capacidad de mantener el peso que requiere territorial y parlamentariamente. Morena está condenada a la gradual disolución en favor de un frente de ceguera incondicional, en el que el número de opciones establece los balances que empoderan al caudillo. Se equivoca Delgado si piensa que dirige la fuerza que contará con el apoyo de Palacio, sólo ha adquirido el derecho a pelear un lugar en el séquito del caudillo, contando, sí, con alguna ventaja en el arranque.

Los partidos oficiales institucionalizan y hacen prescindibles a las personas y, ése, no es el objetivo. La ruta está trazada para impulsar una figura histórica y no para poner la mesa a otros. Por ello, no existen metas que rebasen al sexenio, privilegiándose obras y programas que esculpan en piedra un solo nombre, el del caudillo.

En realidad, poco o nada le interesa cuál de las opciones a su servicio prevalezca, la lucha encarnizada entre ellos mantendrá la débil presencia de los políticos que las integran, haciendo aún más grande su figura. Las dirigencias de los nóveles partidos, con excepción del de Gordillo, apuestan a una potente maquinaria fondeada por las arcas públicas, siendo tal visión su principal debilidad.

Si la oposición lo entiende, verá que no es con alianzas como obtendrán peso en la Cámara de Diputados, sino maximizando el voto duro de cada partido. Si las agonizantes estructuras se esmeran en preservarlo, por separado, juntos podrían alcanzar la mayoría.

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