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Un simulacro para el futuro posible

Fernando Islas

Fernando Islas

Pues sí: la sorpresa fue mayúscula para propios y extraños. En el contexto de la visita de Andrés Manuel López Obrador a Washington, el presidente Donald Trump ofreció un discurso en el que habló de amistad, confianza y respeto mutuos. Señaló la voluntad de ambos gobiernos, el de México y el de Estados Unidos, por regresarle el “poder a la gente” y “combatir la corrupción”. Alabó las figuras de Benito Juárez y Abraham Lincoln, pero acaso lo más extraño fue cuando se refirió a los 36 millones de mexicoamericanos, según sus cálculos, como “grandes hombres y mujeres sumamente exitosos, grandes personas”.

Hace cuatro años esas mismas personas eran “criminales” y “violadores”. El mundo cambia. La política, también. Hombres como Trump, con su experiencia y a su edad, difícilmente cambian. Horas antes del encuentro con López Obrador, Trump publicó unas fotos de una breve escapada para echarle un vistazo al muro fronterizo en Arizona, gira de un par de semanas atrás.

No hay ambivalencia. Trump se salió de su habitual guion respecto a la migración que llega de la frontera sur, mera propaganda en su accidentada carrera, dañada recientemente por el lamentable caso del asesinato de George Floyd, hacia una segunda administración. El presidente mexicano recogió el guante que lanzó su homólogo y anfitrión.

En su turno, López Obrador se refirió a una “peculiar convivencia” con el país de las barras y las estrellas, a veces, enfatizó, de “vecinos distantes”, acaso en elegante referencia al clásico libro del periodista británico Alan Riding. Asimismo, citó a los millones de mexicanos, de nacimiento y de sangre, que han echado raíces en territorio estadunidense, “gente buena y trabajadora que vino a ganarse la vida de manera honrada” y que aportan decididamente en el “desarrollo de esta gran nación”.

Ni Trump ni López Obrador, dos actores que roban cámara, evidenciaron sus diferencias, que, ciertamente, son muchas y saltan a la vista. Sin embargo, el equilibrio de la reunión, en el marco del T-MEC, dejó buen sabor de boca. Las múltiples advertencias ante un eventual desaguisado, sencillamente, se esfumaron. La política es una dinámica de lo inesperado, aunque queda el registro ante los comportamientos de ambos mandatarios en el cercano plazo.

Tomemos como advertencia las palabras del celebrado Abraham Lincoln, en un discurso del 11 de enero de 1837, antes de la legislatura de Illinois: “Los políticos son un conjunto de hombres que tienen un interés aparte del interés de la gente, y que, hoy en día, son tomados en masa, al menos a un largo paso lejos de los hombres honestos. Digo esto con mayor libertad porque, siendo político yo mismo, nadie puede considerarlo como algo personal”, (Abraham Lincoln, his essential wisdom, Fall River Press, Nueva York, 2007, 149 pp.)

Antes, durante y después de la cita en Washington, el primer viaje al extranjero desde que López Obrador despacha en Palacio Nacional, el canciller Marcelo Ebrard ha sido un protagonista que por igual se mantiene oculto o emerge como una suerte de supersecretario, operador privilegiado en varios frentes.

Cualquier campaña supone un simulacro. Trump presentó sus cartas y López Obrador respondió bien al juego. Gane la reelección o no para otro mandato de cuatro años en Estados Unidos, Donald Trump dejó el paquete de naipes, sin saberlo, a Marcelo Ebrard, quien, verdaderamente aprovechó este “día de práctica”. Suspirante desde los tiempos en que fuera jefe de gobierno del Distrito Federal, el éxito del encuentro López Obrador-Trump abona a las aspiraciones del canciller mexicano, un entrenamiento para cuando él mismo, dueño de la silla grande, como ya se vio, en un futuro posible haga una visita oficial a la Casa Blanca.

 

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