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Siete balazos en la espalda

Fernando Islas

Fernando Islas

 

Volvió a suceder en Estados Unidos. El domingo pasado un policía disparó siete balazos en la espalda a Jacob Blake, un hombre de raza negra, en Kenosha, Wisconsin. El incidente, además, ocurrió frente a sus tres hijos, según denunció el abogado de su familia, y nos remite de inmediato al caso de George Floyd, el afroamericano asfixiado por un oficial en Mineápolis, Minesota, en mayo pasado. Las protestas no tardaron. La reacción policiaca, tampoco.

Pero las manifestaciones adquirieron un cariz maligno cuando un adolescente de nombre Kyle Rittenhouse, con un rifle, abrió fuego contra un contingente que exigía justicia para Blake, mató a dos personas e hirió a otra más. La relación de los hechos podría ser la siguiente: Un hombre negro desarmado camina e ignora a la policía, que le dispara siete veces en la espalda. Horas más tarde, un muchacho blanco de 17 años que abre fuego y asesina, camina hacia las fuerzas del orden, que lo dejan pasar con su arma al hombro, le ofrecen una botellita de agua y se va a casa. Ambas acciones, usted lo sabe, fueron grabadas en video. Ver para creer.

Rittenhouse ya tiene cargos en su contra. Blake, en cambio, quedará parapléjico, pero hasta ayer lo tenían esposado en la cama del hospital, acusó, indignado, su padre.

En el marco de las elecciones presidenciales de Estados Unidos, en noviembre, con las nominaciones oficiales de los candidatos del Partido Demócrata, Joe Biden, y del Partido Republicano, Donald Trump, la agresión policial hacia Jacob Blake acaso reconfirme que del odio se forja la identidad. Ningún habitante del planeta como el propio presidente estadunidense con tantos espacios para expresar su desprecio.

Trump no es el primer presidente racista de Estados Unidos, pero es al que más se le ha hecho eco. Síntoma de nuestros tiempos para infortunio de la gran mancha de la discriminación que se extiende como tinta sobre un pliego de papel. En 2015, el periodista afroamericano Ta-Nehisi Coates publicó Entre el mundo y yo, un alegato sobre la desigualdad que impera en el país de las barras y las estrellas y sus causas morales: “América se cree excepcional, la más grande y noble de las naciones que han existido, un campeón solitario que se interpone entre la ciudad blanca de la democracia y los terroristas, los déspotas, los bárbaros y otros enemigos de la civilización”. Con ese discurso oficialista, refiere Coates, los estudios se le presentaron no como una posibilidad de aprendizaje, sino como el escape a la muerte o la prisión. El setenta por ciento de los jóvenes negros que abandonan la secundaria acaban en la cárcel, señala Coates, “esto debería deshonrar al país, pero no es así”.

Resultó patético escuchar el discurso de aceptación de Trump a la candidatura republicana para un segundo mandato como presidente. En síntesis, Trump va a salvar a su nación de la administración de Trump.

2020 abrió viejas heridas en Estados Unidos. La lucha por erradicar el racismo lleva generaciones. En alguna entrega anterior me referí a que los Juegos Olímpicos de México 1968 fueron un epicentro esencial de los cambios sociales que vendrían. La dignidad de Tommie Smith y John Carlos fue un acto revolucionario. Figuras del deporte han seguido esos puños alzados, cubiertos con un guante negro en la ceremonia de entrega de medallas de la prueba de los 200 metros planos lisos en el estadio de Ciudad Universitaria.

Esta semana, atletas de diversas ligas del vecino país del norte, una industria que genera miles de millones de dólares al año, decidieron parar tanto partidos como entrenamientos. Protagonistas del basquetbol de la NBA, del futbol americano de la NFL o del beisbol de las Grandes Ligas se rehusaron a tener actividad en protesta por la agresión a Jacob Blake, la más reciente de un sinnúmero que obran en expedientes de las autoridades sin mayor trascendencia. Mención aparte merece Naomi Osaka, la actual número 10 del ranking mundial del tenis femenil: “Como saben, debía jugar mañana (el jueves) mi partido de semifinales. Sin embargo, antes que una deportista soy una persona negra. Y como mujer negra siento que hay asuntos que necesitan atención inmediata y son mucho más importantes que verme jugar al tenis”.

Muhammad Ali contó varias veces cuando lo corrieron de un restaurante porque no atendían a negros. El tipo había ganado una medalla de oro olímpica para su país y su país lo trataba como basura. Entonces, Ali empezó una lucha que sigue vigente.

 

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