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Marisela, Rubí y Artemisia

Fernando Islas

Fernando Islas

 

Me sonó el nombre de Marisela Escobedo cuando me recomendaron estos días ver el documental Las tres muertes de Marisela Escobedo, disponible en Netflix. Entonces regresaron a mi memoria las imágenes captadas por cámaras de seguridad, en diciembre de 2010, en las que una mujer huye de su agresor, entre el tráfico de Chihuahua, pero es alcanzada por una bala a las puertas del Palacio de Gobierno.

Yo lo ignoraba, pero esa resultó la tercera muerte de Marisela Escobedo, cuyo delito, y pecado, fue iniciar una decidida lucha para exigir justicia por el asesinato de su hija Rubí, de 16 años, a manos de su pareja Sergio Barraza, integrante del crimen organizado. El feminicidio de Rubí supuso la primera muerte de Marisela Escobedo. Su segunda muerte ocurrió cuando el asesino, no obstante confesar el delito y disculparse públicamente por ello ante la dolida madre, fue absuelto.

El documental de Carlos Pérez Osorio reúne todos los elementos de este México que nos ha tocado vivir: crímenes sin castigo, investigaciones y pesquisas por cuenta de los familiares de las víctimas, corrupción, procesos viciados, jueces imbéciles y política vil. Efectivamente, el activismo de Marisela Escobedo se convirtió en una piedra en el zapato para los servidores públicos. En un momento se capta al entonces gobernador César Duarte, quien ofrece un discurso asquerosamente reaccionario: “Aquellos que pretenden confundir las acciones a decir que lo que ha sucedido, que nos duele y nos lastima, puede ser hasta un tema de crimen de Estado, están muy equivocados. En Chihuahua, el gobernador no tiene compromisos con ninguna organización delictiva”.

Si algo queda muy claro en Las tres muertes de Marisela Escobedo es que las protestas en contra de la violencia contra las mujeres no iniciaron con el actual sexenio, como sugirió a inicio de semana el presidente Andrés Manuel López Obrador. Es más, en el caso de Chihuahua está el antecedente de Huesos en el desierto (2002), una larga pieza periodística en forma de libro sobre los asesinatos cometidos contra mujeres, niñas incluidas, en Ciudad Juárez, por el que su autor, Sergio González Rodríguez (1950-2017), recibió amenazas anónimas y, si no recuerdo mal, fue víctima de algún levantón, según lo consigna en la citada obra. La evidencia, en todo caso, está desde que inició el milenio, lo que quiere decir que por este país ya pasaron cuatro presidentes de tres partidos políticos y los feminicidios parecen una fuerza incontenible para nuestro sistema de justicia.

Lo que parece novedad es que las movilizaciones feministas están mejor organizadas, como lo vimos en las manifestaciones del 8 de marzo del año pasado y ahora con los mensajes y nombres de víctimas escritos sobre el muro alzado ante Palacio Nacional, testimonios puntuales de la cruel realidad que viven las mujeres de México. La demanda de nuestras madres, hijas, compañeras y amigas es la misma: Dejen de matarnos. Dejen de violarnos. Dejen de acosarnos.

Es la voz de Marisela Escobedo, hacia el final del referido documental: “Yo quisiera que la muerte de mi hija no fuera en vano. Los hombres que acostumbran violentar a las mujeres van a saber que las penas no nomás están plasmadas en el papel”. Todas las mujeres son Marisela. Y son Rubí. Pero también son, por ejemplo, las 61 mujeres que acusan al presentador Andrés Roemer, quien representa la peor pesadilla de cualquier subordinada con un molesto y temido superior jerárquico.

En 1610, Artemisia Gentileschi, una talentosa joven artista de 17 años, discípula de Agostino Tassi, pintó uno de los cuadros más bellos sobre Susana y los viejos, basado en el relato bíblico de esa mujer que sale a caminar y, al querer darse un baño en el río, dos señores aprovechan para atacarla. Sin embargo, hacia finales de los años 90 del siglo pasado, rayos X sobre la citada pintura revelan a una Susana tomada de los cabellos, pero dispuesta a pelear, con un cuchillo en la mano izquierda. No existe registro acerca de los motivos de ese cambio en el mismo lienzo de Artemisia, quien un año después, en 1611, fuera violada por Tassi, su maestro. Las mujeres suelen convivir con los que serán sus agresores.

 

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