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La mecha encendida

Fernando Islas

Fernando Islas

 

La fórmula la ha seguido más de un guionista: un viajero del tiempo llega a la década de los años 60 a algún poblado de Texas, pongamos por ejemplo, en el pináculo del movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos, y anima a sus interlocutores diciéndoles que la lucha social que están dando tendrá sus recompensas. “¿Habrá un presidente negro?”, lo interrogan, sorprendidos y orgullosos. “¿Un hombre negro, como nosotros, en la Casa Blanca?”.

Cuando Barack Obama fue elegido presidente de Estados Unidos, las imágenes del rostro del reverendo Jesse Jackson, empapado en lágrimas, le dieron la vuelta al mundo, tal como la han dado los videos de George Floyd y Jacob Blake, dos afroamericanos agredidos por policías blancos, cuyos casos han reencendido la mecha del movimiento Black Lives Matter.

El presidente Donald Trump visitó esta semana Kenosha, en Wisconsin, donde Blake recibió siete balazos en la espalda, y precisamente el reverendo Jackson llamó a los que se han manifestado contra el racismo a evitar morder el anzuelo a toda costa: “Trump va a venir con el fin de utilizarnos como un cebo publicitario para provocar miedo a los blancos y conseguir votos, quiere ver a los activistas a un lado y sus simpatizantes con gorras rojas al otro”.

Hay tensión en Kenosha y Trump se fue a tomar las fotos en medio del campo de batalla. Ni en ésta ni en anteriores ocasiones ha ofrecido declaración alguna contra el racismo ni por error, lo que propaga su postura supremacista.

Hace unos meses, un niño negro que jugaba solo con su balón de basquetbol afuera de su casa repentinamente observó que una patrulla se aproximaba, por lo que se ocultó detrás de una camioneta. Cuando sus padres le preguntaron por qué se había escondido de la policía si no había hecho nada malo, el menor simplemente respondió: “Porque ellos mataron a George Floyd”.

Justo en el marco en que los estadunidenses decidirán si quieren otra administración más de Trump, los casos de Floyd y Blake han inspirado a ciudadanos de varias partes del mundo afectadas por la lacra del racismo. A 20 años del siglo XXI, el color de la piel resulta determinante para impartir justicia y gracia. Cansados de la situación, la semana pasada los integrantes del deporte organizado de Estados Unidos le dieron la espalda a su presidente. Ante ello, Jared Kushner, el súper asesor y yerno de Trump, se refirió en particular a los jugadores de la NBA que pararon la actividad de sus playoffs: “Qué suerte tienen esos jugadores de basquetbol, lo suficientemente ricos para tener un día libre”, dijo Kushner, secundado por su suegro: “La gente está harta de la NBA, que se ha convertido en una organización política y eso no es bueno para el deporte o el país”.

Nadie de la NBA se asusta con las palabras de Trump, que tampoco se equivoca al referirse a la postura política de sus jugadores, pero claramente no vio venir este vendaval que podría mermar sus pretensiones reeleccionistas. Como organización, la liga más poderosa de basquetbol del mundo es conocida por su programa de responsabilidad social global (NBA cares) y el trabajo que prestan en sus respectivas comunidades todos sus atletas, muchos de los cuales han creado sus propios centros de auxilio para poblaciones vulnerables.

Hace un par de años, cuestionado sobre la importancia de que la NBA ayude, el veterano entrenador Gregg Popovich, furioso opositor de Trump, ofreció, de manera implacable, su explicación: “Ayudamos porque somos inmensamente ricos, no necesitamos todo y hay gente que lo necesita”. Además, en cuestión racial, la NBA también ha librado sus batallas. Acaso la más intensa fue cuando en 2014 expulsó de por vida a Donald Sterling, un magnate de la construcción, dueño de los Clippers de Los Ángeles, por unos “comentarios profundamente ofensivos y racistas”, obligándolo a vender la franquicia. Pues sí: el deporte ráfaga, siempre un paso adelante de la política.

 

  •  ELOGIO DE LA LOCURA

Murió El Loco Valdés y varios recordaron cuando se refirió a Bomberito Juárez en televisión nacional. Para los que dicen que en este país no hay libertad de expresión o que está a punto de perderse, basta recordar el llamado de atención que recibió El Loco Valdés por el chascarrillo. Se ha acusado a los gobiernos de censores, pero en realidad carecían de sentido del humor. Como Valdés no actuaba, sino que así era en la vida real, regresó al aire y soltó el Bomberustiano Carranza versión ligera a la del conocido Bomberustiano Cacarrancia. La situación actual no es perfecta, pero en tiempos del PRI referirse públicamente como el cacas a un presidente era muy difícil. Casi impensable.

 

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