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El hermano más que cómodo

Fernando Islas

Fernando Islas

Hay suficiente evidencia en México de familiares del presidente en turno bajo su decidida o implícita protección. Maximino Ávila Camacho, quien como gobernador de Puebla tenía una bien ganada fama de déspota, estaba convencido de que sucedería a su hermano Manuel en la máxima silla del país, distinción que, creía, delirante de poder, le tocaba desde antes, durante el invierno de la gestión de Lázaro Cárdenas.

En diciembre de 1997, los hijos de Ernesto Zedillo protagonizaron un episodio vergonzoso cuando, en un concierto de U2 en el Foro Sol, los elementos del Estado Mayor Presidencial que los acompañaban golpearon a parte del staff de la banda irlandesa que, aseguran los conocedores, demoró ocho años sus conciertos en México por esa situación.

Un deseo razonable es que los padres estén dispuestos a dar todo por sus hijos. En el contexto de la Presidencia, esa aspiración genera problemáticas. Tras el nombramiento del mayor de sus descendientes directos como subsecretario de Programación y Presupuesto, José López Portillo se refirió al hecho como “el orgullo de mi nepotismo”, frase que acaso detonara la creación de normas para impedir que parientes de mandos superiores de la Administración Pública Federal trabajaran en una misma dependencia o entidad.

Nunca faltan los abusivos. En el papel, lo que para un primer mandatario mexicano supone un honor y una altísima responsabilidad es el llamado a una oportunidad única de negocio para familiares que no piensan desaprovecharla. En ese rubro está Rubén Zuno, cuñado de Luis Echeverría, que fungió como “facilitador” ante el gobierno y decidido cómplice del narcotráfico.

Nueve meses después de concluir su mandato, el 30 de agosto de 2007, Vicente Fox “recibió un singular regalo: las acciones de la compañía Transportes FL, S. A. de C. V.”, según consignan los periodistas Raúl Olmos y Valeria Durán, banquete accionario al que se sumaron uno de sus hijos, un sobrino y su esposa Marta Sahagún, “quienes aquel día también se convirtieron en socios” (Fox, negocios a la sombra del poder, en https://www.nexos.com.mx/?p=33659).

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Mención aparte merece “el hermano incómodo”, Raúl Salinas de Gortari, poeta del catálogo de la editorial El tucán de Virginia, también llamado “míster 10%”, comisión que se llevaba en toda operación que cayó en sus manos. Su inexplicable fortuna y su caída en desgracia generaron cualquier cantidad de chistes. Durante las campañas presidenciales de 2000, bardos bebedores hacían la broma de que su colega Jaime Labastida, director de la editorial Siglo XXI, ya era conocido como “el hermano más que cómodo”, en referencia a que Francisco Labastida, candidato del PRI, era el bueno para llegar a Los Pinos.

De esa parte del pasado quiere distanciarse Andrés Manuel López Obrador, quien ha dicho que, en la 4T, “no somos iguales”. En ese sentido, habría que destacar su temprana postura ante eventuales conflictos de interés.

“Con apego a mis convicciones y en uso de mis facultades, me comprometo a no robar y a no permitir que nadie se aproveche de su cargo o posición para sustraer bienes del erario o hacer negocios al amparo del poder público”, señaló el presidente López Obrador en su discurso de toma de posesión. “Esto aplica para amigos, aplica para compañeros de lucha y familiares. Dejo en claro que si mis seres queridos, mi esposa o mis hijos, cometen un delito, deberán ser juzgados como cualquier otro ciudadano. Sólo respondo por mi hijo Jesús, por ser menor de edad”.

Algo varió. Hoy en día Pío López Obrador es un personaje a seguir. Están los videos en los que recibe bolsas de dinero y la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano (Sedatu) asignó 89 millones de pesos para la remodelación del estadio de beisbol de un equipo del que es directivo. En ambos casos, el presidente ha salido a la defensa de Pío. Cero y van dos. Les quedan cuatro años. ¿Con qué más saldrá Pío López Obrador, el auténtico hermano más que cómodo?

 

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