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El debate y la discordia

Fernando Islas

Fernando Islas

Entendería que un hombre como Donald Trump prefiere la discordia al debate. No confunde ambas palabras, no. Sencillamente está dispuesto a romper las lanzas en lugar de ceder o reconocer alguna equivocación. Cuando comete errores, los vende como virtudes, y sus seguidores le compran. Si Trump hubiera sido presidente en los años 60, habría tenido al mundo en vilo ante la posibilidad de que, por un berrinche, apretara el botón para lanzar la bomba atómica.

Fue una semana de convulsión para la democracia que inició con una revelación de The Washington Post. Ni más ni menos que el presidente de Estados Unidos solicitó a la autoridad electoral de Georgia, Brad Raffensperger, que “encontrara” suficientes votos para revertir su derrota en esa entidad. Según grabaciones obtenidas por el Post, Trump le dijo a Raffensperger que “la gente de Georgia está enojada, la gente del país está enojada. Y no hay nada de malo en decir, ya sabes, um, que has recalculado”.

Supongo que los autoritarios poseen un margen de comportamiento similar. El todavía residente de la Casa Blanca ha alegado “fraude” sin presentar pruebas y no tiene reparo en solicitar que se cometa uno. Resultó patético enterarse de esa “instrucción” del primer mandatario de la nación más poderosa del mundo en su intento por conspirar como si fuera protagonista de Los Soprano. Con ese tipo de cosas es deseable que los electores asuman su responsabilidad por sus elegidos.

Lejos de ello, vinieron las vergonzosas escenas en el Capitolio por parte de una bola de energúmenos azuzados previamente por Trump, quien, obviamente, jamás tomará responsabilidad de ello.

Esas acciones, observaron algunos, muestran la justicia selectiva del país de las barras y las estrellas. Una se imparte en negro. Otra, en blanco. A George Floyd le costó la vida ser acusado de pagar con un billete falso de 20 dólares, en tanto que los que irrumpieron en el Congreso estadunidense lo hicieron con la bandera confederada.

La historiadora Lindsey Fitzharris denunció que uno de los manifestantes portaba una sudadera con el lema, o logo, Camp Auschwitz, que se podía adquirir en TeeChip, una plataforma en línea que distribuye el material de diseñadores. TeeChip ya eliminó esa prenda de su lista de productos. Son pequeñas victorias, pero no es suficiente. A principios de la década de los 90 varios colaboradores renunciaron a escribir para la revista Maximumrocknroll, considerada la “Biblia del punk”, por su entonces creciente tendencia a difundir el material de bandas con ideología neonazi, situación que se aborda en la película Historia Americana X (1998), protagonizada por Edward Norton.

Lo que hizo Fitzharris no es un llamado a la censura, sino al sentido común. Lo mismo ocurrió con las redes sociales que cancelaron las cuentas oficiales de Donald Trump, aunque ahí habría que solicitar la revisión de sus políticas. Una pintora que conozco me platicó que Facebook le canceló su cuenta por un mes porque subió la foto de uno de sus cuadros en la que se nota el seno de una de sus modelos. La destrucción y muerte en la toma del Capitolio es algo injustificable. Admirar el cuerpo humano como Dios lo trae al mundo es un privilegio para la vista.

 

CAJA NEGRA

El subsecretario Hugo López-Gatell ejerció su derecho de tomar vacaciones, pero tuvo que ofrecer explicaciones. Que si le tomaron la foto sin cubrebocas a bordo de un avión justo cuando se lo quitó para que lo escucharan en una llamada por celular, que si estaba en un restaurante en una playa de Oaxaca con la debida sana distancia, que si los editores de diarios de circulación nacional lo tienen en el radar, que si “algunos aspectos de mi vida privada pueden ser de interés público”.

Más allá de la hipocresía del promotor del “quédate en casa”, detengámonos un poco. En efecto, hay una línea muy delgada entre la vida privada y la función pública. Si López-Gatell se toma un café con Cuauhtémoc Cárdenas un sábado a mediodía, pongamos por caso, es un hecho que cualquier reportero investigaría, por mucho que se tratara de una reunión entre amigos, exclusivamente.

 

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