Logo de Excélsior                                                        

Coleccionismo vivo

Fernando Islas

Fernando Islas

Hay coleccionistas admirables. Los especializados en arte contemporáneo son célebres tanto por sus bellas adquisiciones como por el hecho de que inversiones iniciales de miles se convierten, con el paso de pocos lustros, en millones, siempre al alza, con pólizas de seguro altísimas.

Pero también hay coleccionistas más discretos y de todo tipo. De un tiempo a la fecha, por ejemplo, el coleccionismo de discos de vinilo ha tenido un repunte impresionante.

Con la llegada del disco compacto se pensó, trágicamente, que el vinilo tendría su fin, pero resultó lo contrario. La música almacenada o las plataformas de streaming para escucharla no le dieron la puntilla a los CD, pero con el paso de los años sus ventas han experimentado una caída importante al tiempo de que la industria musical observa el retorno del casete.

El futuro de los melómanos está en el pasado, por lo que cientos de vinilos y casetes volverán a formar parte del ornamento de los hogares.

Existen coleccionistas que tienen 14 mil autos a escala, cantidad similar de algunos que conservan todo tipo de productos de la famosa saga de la Guerra de las Galaxias. Algunos de ellos ingresan al Libro Guinness de récords mundiales. Miles más, sin foro, coleccionan vasos de plástico, boletos de conciertos, cachuchas (que nunca usan), letreros de “no molestar” de los hoteles, botellas de refrescos, jugos y cervezas nunca destapadas, corcholatas, piedras, corchos o autógrafos (algunos de los cuales se cotizan muy bien).

Entre los clásicos están la filatelia, que es el coleccionismo de sellos postales. Numismática se llama al coleccionismo de monedas (la del Museo Soumaya es de verdad notable). La filolumenia, coleccionar cajitas de cerillos, es una afición, como algunas de las mencionadas líneas arriba, muy barata.

Rembrandt sintió debilidad por la conquiliología, es decir, le gustaban los moluscos, mismos que se conservan en muy buen estado en su casa-museo, en Ámsterdam. Diego Rivera dejó en el Museo Anahuacalli una destacadísima colección de figuras prehispánicas. El Instituto de Biología de la UNAM tiene su xiloteca, colección de maderas de unas 3,500 tablillas, la mayoría de México.

Imposible dejar de mencionar en este veloz recuento las bibliotecas. La del Trinity College de Dublín, sensacional e inabarcable, es un privilegio para la vista. Las particulares, sobra decirlo, son obra de lectores fanáticos. Las primeras ediciones de libros son joyas. Los incunables son más que eso. Hay coleccionistas de intonsos, de ediciones con la firma de sus autores o dedicadas. Son un lujo raro.

Pero un buen coleccionista también es un fetichista. El cariño por los objetos va de la mano con la obsesión. Esta semana se anunció que los herederos de Gabriel García Márquez pusieron a la venta más de 400 ropas del Nobel colombiano y su esposa, Mercedes Barcha, en una casa que habitaron en el sur de la CDMX (sacos, vestidos, bolsas, zapatos, corbatas, et al). Lo mejor es que las ganancias irán a la fundación Fisanim, que apoya a niños de comunidades indígenas y que dirige la actriz Ofelia Medina.

Con esa noticia recordé una pieza periodística de García Márquez, en realidad una pequeña gran historia del comercio y uso de los sombreros en Bogotá, “una ciudad de sombreristas profesionales”, escribió para El Espectador, diario al que se integró en 1954 a cambio de 900 pesos mensuales: “Mientras los ingenieros interpretan la transformación a través de las construcciones, de la reforma y la modernización de las calles, los negociantes de sombreros interpretan la transformación psicológica de la ciudad a través de los cambios en la moda del sombrero”.

Así, resulta atractiva la idea de adquirir un pedazo de historia del viejo maestro. ¿Alguna posibilidad de que esta venta tenga un sombrero que don Gabriel adquiriera durante la hechura del mencionado reportajito?

Comparte en Redes Sociales

Más de Fernando Islas