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El elefante en la sala

Fernando Belaunzarán

Fernando Belaunzarán

Resultó tal y como lo planearon. Se trataron con respeto y cortesía, aprovecharon los símbolos, descartaron temas controvertidos, intercambiaron elogios y bats; evitaron que salieran a flote las contradicciones, fortalecieron sus lazos personales y departieron con importantes empresarios de ambos lados de la frontera. Podría decirse que el encuentro fue todo un éxito… a no ser por el elefante sentado en la sala.

La visita del presidente Andrés Manuel López Obrador a su homólogo Donald Trump, en Washington, no puede disociarse del contexto electoral en EU. Por eso no sorprendió a nadie que las redes vinculadas a la campaña del mandatario norteamericano difundieran de inmediato las palabras obsequiosas pronunciadas por el invitado, ni que los demócratas acusaran de recibido.

Lo que se cuestiona no es la diplomacia, sino el proselitismo. La cancillería pudo diluir la parcialidad electoral del evento en la Casa Blanca buscando un encuentro con el candidato demócrata, Joe Biden, o con la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, quien condujo la aprobación del T-MEC, pero ni siquiera abrieron espacio para hablar con organizaciones de paisanos que pudieran llevarlo a opinar sobre las políticas antiinmigrantes de su anfitrión. El Presidente mexicano sabía a qué iba: apoyó, cenó y se fue.

Cuidaron bien los detalles, no permitieron preguntas de la prensa, no dejaron ningún flanco abierto, de tal suerte que ni siquiera Donald Trump pudo echar a perder su mal disimulado acto de campaña.

Porque ese era el temor, que su incontinencia verbal y carácter inflamable pusieran en aprietos al Presidente mexicano, malogrando su propia fiesta.

Surge la misma pregunta de hace cuatro años. ¿Por qué Peña Nieto, entonces, y ahora López Obrador, decidieron tomar la arriesgada apuesta de votar por Trump, no obstante su furiosa retórica antimexicana? La estrecha amistad de Luis Videgaray con Jared Kushner, el influyente yerno, parece haber sido determinante en el primer caso.

Con AMLO es más difícil de entender, dado que en campaña se comprometió a confrontarlo. Pero apenas el año pasado aceptó cambiar de política migratoria tras la amenaza de aranceles por parte de quien hoy asegura que nunca le ha impuesto nada a México. La ayuda en la OPEP y unos ventiladores no alcanzan a explicarlo, ni siquiera en la apremiante situación por la crisis económica.

Es verdad que tienen visibles diferencias, pero éstas no son mayores a sus semejanzas. Ambos creen que su suerte personal es la de la nación, que su papel en la historia es glorioso e indeleble, que representan a un pueblo homogéneo porque a quien discrepa lo excluyen de él y es exhibido como enemigo. Si Donald Trump promueve el supremacismo blanco para animar a sus bases contra sus adversarios, López Obrador recurre a un supremacismo moral autoasignado que en automático estigmatiza al que disiente como corrupto.

Los dos mandatarios son máquinas de propaganda basada en la posverdad, política de comunicación que juega un papel central y preponderante en sus gobiernos. Trump con Twitter y AMLO con sus mañaneras establecen agenda, polarizan y decretan sus “hechos alternativos” u “otros datos” por encima del conocimiento y la evidencia que desprecian. La prensa libre es tratada como oposición y los periodistas independientes, descalificados desde sus púlpitos presidenciales.

Los valores democráticos que reconocen legitimidad a la pluralidad les son ajenos. Se reconocen como populistas que desprecian a la clase política y a la sociedad civil por mediar entre su poder y el pueblo, pues ellos se reclaman como sus únicos y exclusivos protectores.

Si con las elecciones de Estado que se perfilan para 2021 López Obrador pretende consolidar su poder (casi) absoluto bajo la hegemonía de su partido, el cual tiene sometida y arrinconada a la oposición en la marginalidad, podría contar con la simpatía e incluso con la complicidad de Trump. Amor con amor se paga.

El punto de definición preponderante en estos tiempos no es el del siglo XX, izquierda vs. derecha, sino democracia liberal vs. populismo iliberal. Eso también explica por qué no se cumplieron los pronósticos de pleito entre López Obrador y Trump.

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