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Moros con tranchetes

Federico Reyes Heroles

Federico Reyes Heroles

Sextante

La concentración de poder ha sido una de las mayores perversiones. El que obtiene el poder, con frecuencia busca aún más poder. Negociar y gobernar en pluralidad siempre será más complejo que imponer. Los gobiernos hegemónicos pueden ser eficientes, pero caminan al filo del abismo. La ambición por ejecutar y brindar resultados puede ser una puerta falsa: la eficiencia desplaza los criterios democráticos. México conoce esa historia muy bien, desde el exterior, algunos autoritarios envidiaban la capacidad priista de imponer criterios y medidas que emanaban de un presidente muy poderoso. En la historia está Atatürk, y hoy Erdogan o Putin. De allí venimos.

La construcción de contrapesos se llevó muchas décadas hasta que, por fin, en 1997 la mayoría priista en la Cámara de Diputados se quebró. Hubo un gran festejo democrático, pues el Presidente y su partido tendrían que negociar muchos asuntos, de entrada, la Ley de Ingresos y el Presupuesto de Egresos. Ese sano ejercicio democrático nos duró muy poco. Morena se convirtió, de golpe, en un partido hegemónico con amplia mayoría en las dos cámaras, capaz de imponer leyes secundarias sin demasiadas resistencias. ¿Avance o retroceso? Se puede argumentar que hay disposición negociadora, pero ello supone regresar a los resbaladizos territorios de la voluntad que, por definición, es contraria a la vida institucional. ¿Por qué requerimos un fiscal autónomo?, pues precisamente para salir del pantano de la voluntad para investigar todo tipo de desviaciones.

Pero la ola morenista, como lo ha señalado Pascal Beltrán del Río, está a unos cuantos votos en San Lázaro (31) y en el Senado (16) de obtener mayoría calificada. Si a eso agregamos su control sobre 19 congresos locales, es claro que las modificaciones constitucionales están en su horizonte de gobierno. Además, cuando aparecen ese tipo de minorías determinantes, con frecuencia, se presentan fenómenos de corrupción. ¿Cuánto vale uno de esos votos? Imaginemos perversidades, si Morena, si AMLO, decidiera concentrar el poder aún más, podría modificar las leyes electorales para cerrar el paso a los opositores. Tocqueville nos enseñó que uno de los anclajes básicos de las democracias radica en que las minorías se puedan convertir en mayorías y viceversa. En un ánimo de concentración de poder, Morena podría terminar con la autonomía de los órganos reguladores, podría desaparecer la representación proporcional, podría modificar la integración de la Suprema Corte, podría... podría. Podría restaurar la presidencia imperial perfilada por Enrique Krauze. ¿Avance o retroceso?

Se puede alegar que no hay intención de hacerlo, probablemente, pues en un mundo globalizado los costos para México serían terribles. Pero, de nuevo, es un asunto de voluntad —que siempre será volátil—, justo en un momento en que las elecciones emocionales están barriendo con las democracias. Allí están Italia, Hungría, Polonia, Rusia o Egipto, por citar algunos casos. Cada quien inventa sus pretextos para concentrar el poder: una religión amenazada, el nacionalismo, la invasión de migrantes, un largo menú. La comodidad de mayorías tan amplias se convierte en una tentación.

Por si fuera poco, la mayoría en los congresos locales puede poner en jaque a dos tercios de los gobernadores que no pertenecen a Morena. Eso puede ser sano, que haya confrontación democrática en los estados, pero, de nuevo, depende de para qué se use el alineamiento de las legislaturas estatales, los diputados federales y el Senado. Además, en el Congreso local de la CDMX Morena será mayoría absoluta y, gracias a la miopía del PRI y del PAN, en 11 de 16 alcaldías no habrá contrapeso de los concejales, pues, por ley, el ganador se llevará seis de diez. ¿Avance?

La otra gran limitante a las muy comunes degradaciones de la concentración de poder es el tiempo. En las democracias fundacionales se ha ratificado esta necesidad. Cuatro, cinco, seis, ocho años y viene una renovación obligada. EU tuvo su experiencia con Roosevelt. Como el tiempo nunca les alcanza, con frecuencia se busca el continuismo. Ya entrados en imaginerías sobre las perversiones, por qué no reformar el artículo 83 constitucional que impide la reelección del titular del Ejecutivo. No hay, hasta ahora, recurso jurídico contra una reforma constitucional. Sólo queda la esperanza del peso de la cultura democrática. Probablemente esté viendo moros con tranchetes, ni modo, la profesión obliga.

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