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Combate al racismo: el caso Túnez

Esther Shabot

Esther Shabot

Catalejo

 

Como una infección purulenta nunca erradicada del todo, el racismo, por temporadas escondido y/o disimulado, ha encontrado en estos tiempos las condiciones propicias para volver a imponer sus discursos y acciones de odio. Especialmente, resultan familiares para nosotros los mexicanos, los casos cercanos y muy actuales de Estados Unidos en la era Trump, de Brasil ahora que el candidato presidencial Bolsonaro descaradamente denigra con expresiones racistas a porciones inmensas de su propia población, y de nuestro propio entorno donde proliferan con cinismo adjetivos y descalificaciones similares respecto a la caravana de hondureños que pasa por nuestro país.

En regiones más lejanas a nosotros, las cosas son bastante parecidas. En Europa, por motivos de diferencia en color de piel, religión o etnia, políticos y gente común arremeten sin piedad contra quienes son percibidos como distintos, haciendo uso de discursos que alertan en contra de “la descomposición y el peligro” implicados en la presencia de hombres y mujeres de algún modo diferentes, ya sean miembros de las minorías locales o migrantes de reciente arribo. Si bien, en el viejo continente, árabes y musulmanes son víctimas frecuentes de descalificaciones y de estigmas diversos mediante los que se les discrimina adjudicándoles toda clase de vicios y defectos, ello no obsta para que en amplias regiones de mayoría árabe y/o musulmana, el prejuicio y los acosos vayan en dirección inversa. Como ocurre, entre otros casos, con el trato insultante y despectivo que padecen en diversos países árabes sus propios ciudadanos de piel negra.

En ese contexto, Túnez, el pequeño país árabe norafricano que terminó siendo el único en el que la llamada Primavera Árabe dejó algunos avances, acaba de colocarse de nuevo a la vanguardia en cuanto a legislación progresista, al haber aprobado su parlamento, el martes pasado, criminalizar la discriminación racial. El expresarse mediante un discurso racista es castigado ahora con un mes de prisión y 350 dólares de multa, mientras que la incitación a la violencia racial, las amenazas racistas y la pertenencia a alguna organización definida como racista, pueden resultar en prisión de entre uno y tres años, y en multas de entre 185 y 1100 dólares. Túnez aparece así como el primer país árabe y el segundo en toda África, en criminalizar la discriminación racial.

El camino para dar ese paso ha sido largo. De los 11.5 millones de habitantes de Túnez, aproximadamente 15% es negro, cuya experiencia de vida ha sido por lo general dolorosa debido a que a pesar de que la esclavitud se abolió ahí desde 1846, subsistieron los estereotipos provocadores de conductas y expresiones agresivas, ofensivas y humillantes hacia los ciudadanos de piel negra.  Hasta ahora sólo hay un parlamentario negro —una mujer por cierto— y un sólo conductor de noticieros negro.

La movilización más importante para combatir ese problema se inició apenas en 2013, con protestas públicas relativamente modestas, pero escaló a partir de 2016 cuando estalló un escándalo por el funcionamiento de autobuses escolares segregados en el sur del país, y el asesinato a puñaladas de tres estudiantes congoleses negros en una estación de trenes. La aparición de raperos en cuyas canciones se expresaba la tragedia de ser tratados como ciudadanos de segunda clase, así como el impacto que gracias a las redes sociales tuvieron ciertos hechos discriminatorios, fertilizaron el terreno para que en el seno del Parlamento se presentara y aprobara la nueva legislación.

Es obvio que con todo y lo positivo de haber legislado contra el racismo, eso no basta de ningún modo. Está nuestro propio ejemplo. Hay que mirarnos en el espejo para corroborar cómo a pesar de la existencia en México de leyes contra la discriminación de diversos tipos y de un organismo como Conapred, destinado justamente a normar y sancionar lo que tiene que ver con ese tema, no por ello nuestra atmósfera social deja de estar cargada de expresiones y conductas discriminatorias, racistas y clasistas.

La revolución en las mentalidades y en las conciencias a fin de superar añejos clichés y estereotipos requiere por supuesto una legislación desde la que se parta, pero adicionalmente, y no menos importante, un cambio de mayor profundidad en las conductas, valores y mensajes que se manejan en las familias, las escuelas y las comunidades.

 

 

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