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Breve recuento semanal de realidades y acontecimientos

Esther Shabot

Esther Shabot

Catalejo

La región de Oriente Medio, al igual que el resto del mundo, sufre los embates de la llamada tercera ola de coronavirus, detonada por la variante Delta. La guerra contra el virus es, así, omnipresente como trasfondo general, aunque desde luego existen muchos otros temas preocupantes y dolorosos que van más allá del control de la enfermedad y de la disponibilidad de servicios hospitalarios y vacunas.

Repasando lo acontecido durante la semana, he hecho una selección de lo que, a mi parecer, es lo más destacable en cuanto al estado de cosas en la región. Por supuesto, se trata de una selección subjetiva y arbitraria de mi parte, pero supongo que su contenido refrenda la imagen de que se trata de una de las zonas más convulsas e inestables de nuestro mundo.

1.- Las negociaciones para revivir el acuerdo nuclear entre Irán y los seis países que lo rubricaron en 2015 llegaron a un preocupante estancamiento tras la sexta ronda en Viena. Es incierto si se podrán reiniciar tras la próxima toma de la presidencia en Irán de Ebrahim Raisi, el 5 de agosto. El secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, ha mostrado ya su desencanto al afirmar que esas negociaciones no pueden alargarse indefinidamente. Si se fracasara, no cabe duda que el panorama regional apuntaría a un automático recrudecimiento de las tensiones.

2.- En Egipto se acrecienta la violación a los derechos humanos por parte del régimen de al Sisi. Tanto, que en el congreso norteamericano el demócrata Chris Murphy demandó reducir el apoyo económico de 1.3 billones de dólares que Washington le aporta a Egipto. El legislador argumentó que no pueden seguirse ignorando los 60 mil presos políticos que languidecen en las cárceles egipcias ni el hecho de que, después de Irán y China, sea Egipto el país con más ejecuciones anuales realizadas por el Estado. Las víctimas de los abusos, por lo general disidentes y críticos del régimen, son, desde islamistas, hasta liberales.

3.- Hace dos semanas, con bombo y platillo, se celebró en Damasco la reelección, mediante comicios patito, de Bashar al Assad, el dictador que ha estado en el poder desde el año 2000, cuando murió su padre. La dureza y tiranía de Bashar que émulo de su padre desataron protestas masivas que desencadenaron una pavorosa guerra civil en 2011 y que aún no concluye del todo. A pesar de tener una porción mayoritaria del país de nueva cuenta en su poder, esta semana se registraron sangrientos combates en Daraa y en Idlib, último reducto de la resistencia contra el dictador.

4.- Israel, por su parte, se halla envuelto en el escándalo internacional desatado por el affaire Pegasus. Debido a la alarma que ha cundido en tantos espacios por el mal uso de esta herramienta cibernética de espionaje, el gobierno israelí se ha visto obligado a enfrentar reclamos de irresponsabilidad y falta de regulación a la empresa NSO, fabricante del software. Con la intención de ofrecer explicaciones y seguridad respecto al manejo futuro de este tipo de instrumentos, el ministro de defensa israelí, Benny Gantz, viajó a París a encontrarse con su homóloga gala, Florence Parly. Ello tras conocerse que el teléfono del presidente Macron fue intervenido por medio de Pegasus desde Marruecos.

5.- La tragedia libanesa se profundiza. Cuando está a punto de cumplirse un año de la gigantesca explosión que devastó a Beirut, el panorama es extremadamente pesimista. En esta columna he dado cuenta de los múltiples problemas que tienen a Líbano en calidad de Estado fallido. Sin embargo, la gravedad de la situación cobra tintes extremos cuando se conoce lo que la organización Save the Children advierte, a saber, que tan sólo en la capital, Beirut, 910 mil personas, entre ellas 564 mil niños, carecen de suficientes alimentos, agua potable, energía eléctrica y productos de limpieza, lo cual los tiene en una situación no sólo precaria, sino también peligrosa.

La explosión de hace un año desplazó a más de 300 mil personas de sus hogares, en un contexto de por sí grave. Hace poco Saad Hariri, primer ministro designado, renunció a formar gobierno tras nueve meses de intentos fallidos. El encargo ha recaído ahora en un hombre de negocios millonario, Najib Mikati, quien enfrentará los mismos retos que Hariri: integrar un gobierno funcional en medio del desempleo galopante, la miseria, la crisis financiera, las devaluaciones constantes, la inflación brutal, la fragmentación social intensa y las rivalidades interétnicas y religiosas de larga data. La ayuda internacional se ha convertido así, en uno de los últimos salvavidas a los que se aferra el sufrido pueblo libanés.

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