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Trump y Rohani en la ONU

Esther Shabot

Esther Shabot

Catalejo

 

En las comparecencias ante la Asamblea General de la ONU de la semana pasada fueron notables y muy comentados el tono y los contenidos del discurso del presidente Trump, quien muy de acuerdo con su personal estilo arremetió contra quienes considera sus rivales. Por supuesto, se refirió a Corea del Norte y a la amenaza que significa su arsenal nuclear, a la Venezuela de Maduro, y a Irán. Con éste último lo que se propuso enfatizar fue su desaprobación del acuerdo firmado entre el G5+1 y Teherán para detener el desarrollo nuclear iraní. Habiendo sido EU bajo la Presidencia de Obama uno de sus principales promotores y firmantes, actualmente Trump despotrica contra tal acuerdo, calificándolo de desastroso y merecedor de ser cancelado, por lo que parte de su discurso en la ONU estuvo dirigido a refrendar su intención de sacar a Estados Unidos de tal compromiso, haciendo hincapié en la malevolencia característica del régimen de los ayatolas.

Al día siguiente del discurso de Trump, el 20 de septiembre, tocó el turno al presidente iraní, Rohani, de subir al podio. Fue interesante que, en contraste con su antecesor en la Presidencia, Mahmoud Ahmadinejad, y con el propio Trump, evitó asumir una actitud de bully, aludiendo en cambio a cómo su país ha conquistado al mundo más que con fusiles y balas, con su cultura y sus poetas. En general su tono fue conciliatorio y moderado no sólo debido a que como político, Rohani es clasificado como reformista, sino también por saberse poseedor en estos momentos de un respaldo importante para defender su posición ante el mundo. En primer lugar están los reportes positivos de la Agencia Internacional de Energía Atómica de la ONU acerca del cumplimiento iraní de los compromisos asumidos en cuanto a la destrucción de lo que formaba parte de su estructura de desarrollo nuclear (lo cual no incluye otro tipo de material bélico por no estar contemplado ello en el acuerdo).

Y en segundo lugar, y no menos importante, está el consenso entre los otros firmantes del acuerdo —Inglaterra, Francia, Alemania, Rusia y China— de que tal compromiso está funcionando bien y aleja la amenaza de un Irán nuclearizado de forma efectiva. Tanto Federica Mogherini, que representa a la Unión Europea en asuntos exteriores, como el presidente francés, Macron, lo han defendido en días pasados, insistiendo en que es la mejor forma de detener las ambiciones iraníes al respecto. Además, en estos dos últimos años las inversiones y el comercio con Irán han creado nuevos intereses por conservar lo pactado, por lo que las pretensiones de Trump de cancelarlo se enfrentan a la oposición de un bloque firme decidido a mantenerlo. Así, el Presidente estadunidense aun saliéndose de él, no lograría mucho al no tener la posibilidad de aislar a Irán como fue el caso en el pasado cuando las sanciones fueron generales.

Y también cabe señalar que el relativo mejoramiento de la relación Estados Unidos–Irán conseguido en la era pre-Trump ha desaparecido. Basta con escuchar las declaraciones del gran ayatola Ali Khamenei respecto del discurso de Trump: “Esas palabras no fueron producto de un sentimiento de poder, sino de enojo, debilidad e imbecilidad, porque el gobierno de Estados Unidos está crecientemente irritado e insatisfecho de que sus artimañas iniciadas hace varios años en el occidente de Asia quedaron neutralizadas… el discurso del Presidente norteamericano no enorgulleció a los americanos. La élite educada americana debe sentirse avergonzada de tener un presidente como ése.”

Ante lo anterior cabe preguntarse qué tanto cree el presidente Trump poder romper el acuerdo con Irán, y si no esa postura constituye una baladronada más de las muchas que acostumbra esgrimir simplemente para satisfacer a su base electoral a la que se empeña en cortejar con promesas que por lo que se ve, sólo en pocos casos ha podido cumplir.

 

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