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Nearshoring en fuego cruzado

Columnista Invitado Nacional

Columnista Invitado Nacional

Por Carlos Matienzo
 

Ian Bremmer, un connotado analista estadunidense que asesora a empresas sobre los riesgos políticos de los países en donde invierten, sorprendió a propios y extraños el 4 de marzo con un tuit en el que, además de compartir una sonriente foto con el presidente López Obrador, aseguraba que había sido fascinante pasar un tiempo con él y escuchar con optimismo sobre el futuro de México. Un futuro sustentado en el nearshoring: el fenómeno que nos coloca como el sustituto de China como fuente de las importaciones estadunidenses.

Esa misma semana, William Barr, exfiscal general de los Estados Unidos, publicó un editorial en el Wall Street Journal, en el que llama a su país a derrotar a los cárteles “narco-terroristas” de México, haciendo eco de la propuesta de congresistas conservadores de su país. Para este sector de la política estadunidense, México, más que una tierra de oportunidad es tierra de problemas producto del tráfico de drogas, la violencia descontrolada y la inoperancia del gobierno mexicano.

Esta doble narrativa frente a México refleja una paradoja real de la situación del país. Por un lado, los astros geopolíticos se nos han alineado por la debacle en la relación China-Estados Unidos. Nuestro país es la alternativa obvia: un terreno cercano y conocido, con cadenas de distribución maduras, con libre comercio, mano de obra barata y calificada y, sobre todo, que puede ser supervisado.

Sin embargo, la mejor de las oportunidades nos llega en el peor de los momentos. Las inversiones no sólo enfrentan incertidumbre jurídica y escasez de energía producto de las malas decisiones de este gobierno, también enfrentan un entorno de inseguridad y violencia para el que no están listas. México tiene una tasa de homicidios cuatro veces mayor a la del mundo y en 2022 fue la quinta más alta en los últimos 60 años. Tenemos ciudades como Tijuana, símbolo de la integración norteamericana, con tasas de asesinatos comparables con zonas de conflicto.

Las organizaciones criminales que generan esta violencia son heterogéneas: desde pandillas urbanas hasta milicias armadas en regiones rurales. Y su presencia tiene implicaciones tangibles para la continuidad de los negocios: obreros asesinados en sus traslados, extorsiones en los procesos de construcción, robo de mercancías y unidades en las carreteras y competencia desleal en los mercados negros. Está, además, el impacto de sus “batallas”: lo que produce un Culiacanazo, que conllevó el cierre de carreteras y aeropuertos en toda una región, o los bloqueos carreteros y quemas de negocios en el Bajío;  situaciones en las que las plantas paran, los transportes se desvían, y los trabajadores y clientes se quedan en casa. Al año, el costo del delito en las empresas que operan en México asciende a 11.3 billones de dólares.

 

  • No estamos viendo que la oportunidad del nearshoring se puede convertir en una fuente de problemas si no ponemos orden en casa. Conforme la integración de ambas economías se profundice, cuantas más empresas y más ciudadanos estadunidenses lleguen a México, mayor será el riesgo de que una crisis se detone ante la inoperancia de nuestro gobierno para protegerlos. El asesinato y secuestro de ciudadanos estadunidenses en Matamoros es apenas una probada de lo que puede suceder. Y está el tema del otro nearshoring: el del fentanilo, en el que los cárteles de las drogas también entendieron que podían sustituir a China. Todo esto es terreno fértil para posturas que piden una intervención directa de Estados Unidos en México.

Nuestra integración es irreversible y podemos sacar mucha ventaja de ella, pero si México quiere jugar en las grandes ligas, se tiene que comportar como adulto. O ponemos orden en nuestro territorio o seremos campo fértil para enemigos internos y externos.

 

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