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“¡Que ardan los cielos!”

Columnista invitado Global

Columnista invitado Global

Mauricio Hernández Cervantes
Periodista

 

Cuando todos los monumentos hayan caído…

Hace cinco años, una jueza de Carolina del Sur, concluyó que George Stinney Jr., de 14 años de edad, era inocente. Debido a las incontables irregularidades que había en el proceso judicial en su contra, se demostró que él no había sido un asesino. Por desgracia, la buena noticia llegó 70 años tarde, pues George ya había sido sentenciado a la silla eléctrica en 1944. Y, tan sólo tres meses después de haber sido acusado, recibió una descarga de más de cinco mil voltios en la cabeza. Ni las niñas que presuntamente había matado, ni los miembros del jurado que lo declararon culpable, eran afroamericanos como él.

Su caso fue el de la persona más joven condenada a la pena de muerte en Estados Unidos. Sí, era tan sólo un niño de 14 años. Y era inocente. Hoy, 75 años después, el mundo arde por la indignación tras la dramática muerte de George Floyd. No es para menos.

Sin embargo, en México la realidad alcanza el grado de rocambolesco. ¿Por qué?

Pues porque, por una parte, está la buena noticia de que, finalmente, la población afrodescendiente (afromexicanos) ha sido reconocida en los censos poblacionales (la periodista Nadia Sanders desarrolla el tema con detalle y cercanía en una imprescindible pieza en la versión en español de The Washington Post).

Pero, por otro lado, un término camaleónicamente peligroso está en auge y eso me inquieta. Me refiero a whitexican. Entiendo que el objetivo de su autor/a es denunciar la ancestral problemática de la xenofobia en México, y, sobre todo, el de la notoria prevalencia de personas de un cierto  origen étnico en las clases económicamente más prósperas. Bien, la intención es muy buena, pero el resultado es pésimo. ¿Por qué? Pues porque señalar, segregar, y discriminar, son verbos tan democráticos como daltónicos. Son tan flexibles que los puede usar quien sea en contra de quien sea. Porque señalar, segregar y discriminar son eso: señalar, segregar y discriminar. No tienen, bajo ningún concepto, un uso conciliador.

No sé si usted, estimado lector, haya sido víctima de algún acto discriminatorio. Le comparto que yo sí. No entraré en detalle, pues este espacio no sustituye a una sesión con el sicólogo, pero le confieso que cada vez que alguien se encargó de mostrar mi no pertenencia fue por cuestiones que yo jamás elegí.

Por eso, el uso de whitexican, para etiquetar irresponsablemente a una persona por asumidos privilegios, me parece que habla peor de quien lo profiere. Salvando las distancias, la bravuconería con la que ya se usa este término me recuerda a la de aquellos que, con el criterio de un grillo y sin la más mínima educación, siguen usando indio como despectivo. O de quienes, orondos y soberbios, recurren a lo fácil y grosero de gachupín. O negro, por ejemplo. Insisto, nadie elige ni dónde nace, ni de quién es hijo, ni su forma física o su expresión pantónica. Ya, si nos vamos a permitir el lujo de insultarnos, por lo menos que sea por algo que el agraviado haya dicho, hecho o elegido. Lo otro es (o debería de serlo) una completa desconsideración.

¿Qué pensaría Ryszard Kapuscinski sobre el término whitexican? El maestro Kapu, considerado como el mejor reportero del siglo XX, fascinado por la otredad, dedicó su vida a recorrer el mundo para ver y contar cómo interactuaban los Unos ante los Otros.

Y al respecto, publicó un libro muy recomendable. Encuentro con el Otro, se llama. Quizá los users del whitexicanismo deberían de darle una oportunidad. Y, ya de paso, repensarse eso de que la xenofobia puede diluirse en el humor.

Pero no seamos tan exigentes, me parece que la reciente fotografía de Dylan Martínez (Reuters), en la que un activista de Black Lives Matter levanta y asiste a un manifestante (y rival) de ultraderecha herido, tras una trifulca en Londres, lo deja muy claro: el racismo, sencillamente, es inútil… Y ya no quede nada por derrumbar, tal vez, sólo se escuchen voces iracundas gritando “¡Que ardan los cielos!”.

 

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