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La crisis que viene. Reflexiones postpandemia

Columnista invitado Global

Columnista invitado Global

 

Dra. María Victoria Fernández Molina
Coordinadora del Centro de Bioética Global de la Universidad Anáhuac México
victoria.fernandezmo@anahuac.mx

 

La pandemia por covid-19 en el mundo está generando múltiples pérdidas económicas, resultado de iniciativas de aislamiento social tomadas por algunos países en aras
de evitar el aumento masivo y simultáneo de las personas contagiadas en un sistema de salud ya mermado.

Esta epidemia está produciendo efectos devastadores en la calidad de vida de personas pertenecientes a los grupos de mayor vulnerabilidad. Se puede ver el proceso de empobrecimiento en la economía informal, misma que en México alcanza 56.7% (Inegi, 2018), así como a partir de los contratos basura, caracterizados por violar los derechos fundamentales de los trabajadores.

Vistos los peligros que se dibujan a corto plazo, no parece existir un plan integral de contención de los efectos económicos y sociales de la pandemia, ni a nivel internacional ni al interior de los países. A modo de aviso, la Cepal adelantó que las actuales tasas de pobreza extrema llegarían a 3.5 puntos porcentuales si la pérdida de ingresos asciende a 5% de la población económicamente activa.

Como resultado: se incrementaría la brecha de desigualdad, generando un aumento de las tasas de comercio informal y de trabajo infantil, en un escenario “medio” de desempleo de 13 millones de personas.

En la misma línea, el Programa Mundial de Alimentos de la ONU expresó su preocupación ante la posible elevación a 265 millones de personas expuestas a inseguridad alimentaria aguda, coyuntura que intensificará las migraciones, la violencia y la inestabilidad social en un planeta ya exhausto.

Por todo ello, comienza a hacerse urgente un cambio de paradigma pospandemia:

En primer lugar, disponer de un plan de emergencias alimentarias, especialmente en aquellas zonas de difícil acceso y para poblaciones en extrema vulnerabilidad, sin olvidar a las personas migrantes que se concentrarán en las fronteras huyendo de la violencia y la pobreza.

En segundo lugar, delinear una estrategia centrada en el desarrollo comunitario y fortalecimiento del campo como fuente de alimento sostenible y adecuado, acompañada de la protección de los precios de los alimentos básicos. Aplicar políticas de desarrollo rural sustentable, basados en las necesidades de la población y no en decisiones geopolíticas, recompensaría el esfuerzo de los campesinos y dotaría a la población de alimentos sanos, de calidad y con precios asequibles, sin depender de las oscilaciones del mercado.

En tercer lugar, el aumento del gasto público en la recuperación del medio ambiente. Fijar estándares más estrictos de protección a los animales en las explotaciones agroalimentarias con la finalidad de mejorar los estándares de higiene y manejo de residuos tóxicos, evitando el sufrimiento animal, nuevas epidemias y daños a la salud.

En cuarto lugar, una nueva educación basada en la autonomía, implementando estrategias dirigidas al desarrollo comunitario de huertas urbanas, tratamiento del agua de lluvia, sistemas alternativos de producción de energía y compostas, recuperando el conocimiento tradicional y aplicándolo a las necesidades actuales en las grandes urbes.

En conclusión, el cambio necesario para evitar o paliar los efectos de nuevas pandemias depende de la opción personal, social y gubernamental de actuar bajo los principios de solidaridad, igualdad y respeto por los derechos humanos, protegiendo al medio ambiente “sin dejar a nadie atrás”.

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