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Haciendo a la ONU relevante para todos

Columnista invitado Global

Columnista invitado Global

Por María Fernanda Espinosa*

 

Los líderes mundiales están aterrizando en Nueva York para la Asamblea General de las Naciones Unidas. Yo apenas soy la cuarta mujer en asumir este puesto y la primera de América Latina y el Caribe. Durante mi mandato, estoy decidida a luchar contra todas las formas de discriminación, siendo la discriminación de género una de las prioridades de mi ejercicio.

Fui elegida por los Estados miembros para atender sus intereses y, en mi año en funciones, es mi intención hacer justamente eso. La Asamblea General es lo más cercano que tenemos a un Parlamento mundial, pero aún cuando los jefes de Estado y los gobiernos de todo el mundo se reúnen bajo la enorme cúpula de la Asamblea General, en Manhattan, para debatir los grandes retos de nuestro tiempo, debemos enfrentar el hecho de que las diferencias políticas se están profundizando. La sensación compartida de un propósito en común, necesaria para encontrar soluciones efectivas a esos retos, se percibe cada vez más esquiva. De hecho, muchos de los acuerdos multilaterales que las Naciones Unidas han logrado mediante un laborioso proceso durante las últimas décadas, están siendo seriamente cuestionados.

Con mucha frecuencia nos olvidamos de que la Carta de las Naciones Unidas comienza con las palabras: “Nosotros, los pueblos”. Esto reflejó una decisión y un optimismo colectivos que miraban hacia fuera y eran inclusivos, después de las privaciones y los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Creo firmemente que debemos hacer que Naciones Unidas sea relevante para todos los pueblos, mientras alentamos a los Estados miembros a reconocer las responsabilidades compartidas necesarias para garantizar sociedades pacíficas, equitativas y sostenibles.

Parte de ese proceso tiene que ser, sin duda, informar mejor al público sobre el papel clave de la ONU en unir a las naciones para conseguir acuerdos sobre todos los temas, desde el cambio climático a la paz en Oriente Medio y desde la seguridad a los derechos de los migrantes. Tenemos que recordarle a la gente el papel vital que juega todo el conjunto de agencias de la ONU que sirven a las personas en todo momento.

Pero una parte importante de ese proceso es reconocer que, en la mente de muchas personas, la comunidad internacional se ha desviado del camino. De hecho, uno de los desafíos más grandes que enfrentamos es una falta de confianza generalizada en las instituciones políticas establecidas para servir a los ciudadanos, pero vistas cada vez más favoreciendo a unos pocos elegidos.

Si bien la ONU puede ser tan eficaz como lo quieran sus Estados miembros, también debemos actuar sobre la realidad de que parte de la arquitectura de la era de posguerra mundial necesita una gran renovación. Continúan terribles conflictos en algunos países, a pesar de que la ONU fue establecida para prevenir toda esa destrucción, degradación y miseria.

Si queremos restaurar la confianza en el multilateralismo y revertir el deslizamiento hacia el aislacionismo, las formas extremas de nacionalismo y xenofobia y la amenaza siempre presente de caer en el aislacionismo, debemos reconocer que ninguna de estas fuerzas surge en un vacío. Entonces, mientras quiero concentrar muchos de mis esfuerzos en una variedad de temas —desde la acción ambiental, en particular en torno al flagelo global de la contaminación por plásticos, a garantizar que las personas con discapacidades disfruten de sus derechos fundamentales, a dar prioridad a las necesidades de 68.5 millones de refugiados en el mundo— tenemos que reconocer la creciente desigualdad y el desempleo que están ayudando a alimentar una sensación real de frustración tanto en países ricos, como en los pobres.

Fui nombrada embajadora ante la ONU por mi país, Ecuador, en marzo de 2008, justo seis meses después de que el colapso de Lehman Brothers desatara una devastadora crisis económica que evocaba el colapso de los años 30. En ese periodo se evitaron en gran medida las catástrofes, pero gran parte de la frustración de hoy refleja una lucha de una década para enfrentar las secuelas de la crisis de manera justa y oportuna.

Esto se esconde detrás de una opinión creciente, pero peligrosa de que los Estados nación individuales pueden actuar más efectivamente por sí mismos que en concierto con otros. No sólo debemos demostrar que el multilateralismo puede ser más eficaz que la acción unilateral, sino asegurarnos de que los legisladores nacionales tengan espacio para mitigar las fuerzas que tienen un efecto devastador sobre los trabajos y los medios de subsistencia de las personas.

Una de mis principales prioridades este año será resaltar las mejores recomendaciones de investigación, análisis y de políticas que están desarrollando los Estados miembros y una variedad de expertos en nuestras diversas organizaciones de las Naciones Unidas que buscan proveer empleo significativo y decente para los jóvenes, mujeres y los discapacitados y desempleados.

Las mejores sociedades, las que todos deseamos ver, se basan en gran medida en la construcción de círculos virtuosos de bienestar económico, social y físico que beneficiarán a todos. Este objetivo inspiró las esperanzas y ambiciones de quienes ayudaron a construir las Naciones Unidas desde las cenizas de la Segunda Guerra Mundial, y fundamentan mis esperanzas y ambiciones mientras me preparo para asumir el cargo. Si puedo utilizarlo para ayudar a enfocar la opinión mundial y el liderazgo político en la búsqueda conjunta de soluciones, entonces habré tenido éxito, espero, en hacer que la ONU sea más relevante para aquellos a quienes servimos.

*Electa presidenta de la 73 Sesión de la Asamblea General de la ONU el 5 de junio pasado. Anteriormente se había desempeñado como ministra de Relaciones Exteriores, ministra de Defensa, y Representante Permanente de Ecuador en la ONU, entre otros cargos.

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