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Afrontar la pandemia de desigualdad: un nuevo contrato social para una nueva era

Columnista invitado Global

Columnista invitado Global

Por António Guterres 
Secretario general da la Organización de las Naciones Unidas

 

Como dijo Nelson Mandela, que nació el 18 de julio de 1918 y pasó toda la vida luchando contra la desigualdad y la injusticia, “mientras en nuestro mundo siga habiendo pobreza, injusticia y una desigualdad profunda, ninguno de nosotros podrá encontrar verdadero descanso”.

Del ejercicio del poder mundial al racismo, la discriminación de género y las disparidades de ingresos, la desigualdad amenaza nuestro bienestar y nuestro futuro. Necesitamos con urgencia una nueva forma de pensar que nos permita frenarla y revertirla.

Suele decirse que una gran pujanza económica saca a flote a toda la sociedad, pero lo cierto es que es la desigualdad la que no deja de crecer, y nos está hundiendo a todos. Los altos niveles de desigualdad han contribuido a crear la fragilidad mundial que el covid-19 está poniendo de manifiesto y aprovechando.

El virus, que está sacando a la luz desigualdades de todo tipo, pone en máximo riesgo la salud de los más vulnerables y su impacto social y económico afecta principalmente a quienes menos capacidad tienen de afrontarlo. Si no actuamos ahora, 100 millones de personas más podrían verse abocadas a la pobreza extrema y pudieran surgir hambrunas de proporciones históricas.

Incluso antes del covid-19, en todo el mundo había personas que alzaban la voz contra la desigualdad. Entre 1980 y 2016, el 1% más rico del mundo acaparó 27% del crecimiento acumulado total de los ingresos. Pero los ingresos no son la única medida de la desigualdad. En la vida, las oportunidades dependen, entre otros factores, del género, el origen étnico o familiar, la raza o el hecho de tener o no una discapacidad. Hay muchas desigualdades interseccionales que se refuerzan de generación en generación y determinan la vida y las expectativas de millones de personas aun antes de nacer.

Sólo un ejemplo: más de 50% de los jóvenes de 20 años de países con un desarrollo humano muy elevado cursan estudios superiores. En los países de desarrollo humano bajo, esa cifra es 3 por ciento. Más alarmante todavía es el hecho de que alrededor de 17% de los nacidos hace 20 años en esos países ya hayan muerto.

La ira que alimenta movimientos sociales recientes, como la campaña antirracista que se ha extendido por todo el mundo tras el asesinato de George Floyd o la pléyade de mujeres valientes que denuncian a hombres poderosos que abusaron de ellas, es otra señal del profundo desencanto con el statu quo. Y los dos sismos transformadores de nuestra era, la revolución digital y la crisis climática, amenazan con profundizar aún más la desigualdad y la injusticia.

Aunque es una tragedia humana, el covid-19 también ha abierto a las nuevas generaciones la posibilidad de forjar un mundo más igualitario y sostenible a partir de dos ideas centrales: un nuevo contrato social y un nuevo pacto mundial.

Un nuevo contrato social que reúna a gobiernos, ciudadanos, sociedad civil, empresas y muchos otros en torno a una causa común.

La educación y la tecnología digital deben ser dos grandes aceleradores del cambio y la igualdad, ya que ofrecen, a lo largo de toda la vida, la posibilidad de aprender a aprender, a adaptarse y a adquirir nuevas aptitudes para la economía del conocimiento.

Necesitamos una fiscalización justa de los ingresos y el patrimonio y una nueva generación de políticas sociales con redes de protección como la cobertura sanitaria universal y un ingreso básico que llegue a todos.

Para hacer realidad el nuevo contrato social hace falta un nuevo pacto mundial que permita distribuir de manera más amplia y justa el poder, la riqueza y las oportunidades en todo el mundo.

Ese nuevo pacto mundial debe sustentarse en una globalización justa, en los derechos y la dignidad de todos los seres humanos, en unas formas de vida compatibles con la naturaleza, en el respeto de los derechos de las generaciones futuras y en la posibilidad de medir el éxito en términos humanos antes que económicos.

Necesitamos una gobernanza mundial basada en la participación plena, inclusiva e igualitaria en las instituciones mundiales. La voz de los países en desarrollo debe oírse más en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, los directorios ejecutivos del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, y muchos otros órganos.

Necesitamos un sistema multilateral de comercio más inclusivo y equilibrado que permita a los países en desarrollo escalar las cadenas de valor mundiales.

La reforma de la arquitectura de la deuda y la posibilidad de obtener créditos asequibles deben crear un espacio fiscal capaz de generar inversiones en una economía verde y equitativa.

El nuevo pacto mundial y el nuevo contrato social harán que el mundo vuelva a su empeño por concretar la promesa del Acuerdo de París sobre el cambio climático y cumplir los Objetivos de Desarrollo Sostenible, que constituyen el plan que hemos acordado a nivel mundial para que 2030 sea un horizonte de paz y prosperidad en un planeta saludable.

Aunque nuestro mundo pasa por momentos críticos, si afrontamos la desigualdad con un nuevo contrato social y un nuevo pacto mundial, abriremos las sendas de un futuro mejor.

 

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