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Entre Clotilde Cerdá y una ocurrencia

Clara Scherer

Clara Scherer

 

Clotilde Cerdá, conocida como Esperanza Cervantes, fue una barcelonesa que a fines del siglo XIX y principios del XX se convirtió en la arpista más celebrada del mundo. Pero su fama no sólo se debió a su don para tocar ese prodigioso instrumento. Su mayor don fue su esclarecida inteligencia para sumarse a lo que las mujeres entonces demandaban y que, hasta ahora, seguimos demandando: la protección de nuestros derechos.

La fortaleza de Clotilde proviene de su madre, capaz de desafiar normas y habladurías e incidir con sus decisiones libres y retadoras, en la conciencia de su hija. Clotilde, además de sus múltiples ocupaciones como mujer y como artista, abrió la Academia de Ciencias, Artes y Oficios de la Mujer, enfocada primordialmente a las trabajadoras. 

En 1887 fue contratada por el sultán del Imperio Otomano, para enseñar su noble arte a las doncellas del harén de Abdul Hamid II. Sobre este harén, Arslán cuenta que tenía cerca de 400 mujeres de todas las edades, muchas de origen extranjero, sobre todo circasianas y georgianas. A los 70 años, tuvo una gran pena porque fue autorizado a llevarse sólo 12 al destierro. ¡Un hombre de espanto! Tenía reclutadores que recorrían las comarcas del Cáucaso para comprar doncellas bonitas (ya lo dicen: la suerte de la fea, la bonita la desea) las encerraban en un internado para domesticarlas para servir sin respingar, como muy distinguidas mujeres objeto de placer. Si la nueva pupila quedaba embarazada y si daba a luz un niño, se convertía en sultana y su hijo podría pretender subir al trono. Las mujeres objeto como “fábricas de bebés varones”. Muy civilizado el tal sultán. (https://www.redalyc.org/pdf/1817/181725488008.pdf

Dicen que Clotilde decidió no ser una dama, sino una mujer. Fue dignamente mujer y noblemente genia. Escribió: “El día en que se comprenda que es más útil el prevenir la miseria que el auxiliarla, cuando por el aumento de escuelas y academias podamos obtener la disminución de los hospicios y de los hospitales, habremos dado un gran paso en la senda del progreso y si se llega a conseguir que las mujeres agreguen a sus naturales encantos una riqueza de conocimientos artísticos o profesionales que sea la salvaguardia de su dignidad por constituir un medio honroso de subsistencia, entonces podremos sentir la satisfacción de haber contribuido con nuestros esfuerzos a la regeneración de la sociedad”. (http://www.gabinetecomunicacionyeducacion.com/sites/default/files/field/...)

Tanta historia, tanta genialidad, tanta injusticia. ¿Cómo dar un giro a este horror? Quizás, si se le modifica el objetivo a la Comisión Nacional para Prevenir y Erradicar la Violencia Contra las Mujeres (Conavim). Quizás, debiera cambiar radicalmente y convertirse en comisión para prevenir, atender y disminuir la violencia de los hombres hacia las mujeres. Poner el acento en el generador y no en la víctima. Modificar de raíz esos procederes, que, ante los resultados, ni siquiera vemos que las nuevas generaciones estén mejorando en cuanto a civilidad se refiere.

Quizás, lo que hemos ganado, muy poco, es que la lucha contra la violencia hacia las mujeres ha conseguido pequeños éxitos: el aumento de las denuncias queremos creer, reflejaría un aumento de la sensibilidad, y no, que es un incremento de la violencia misógina. 

Las mujeres, niñas y adolescentes víctimas aguantan cada vez menos y alzan pronto y fuerte la voz, buscan ayuda. Y quizás, haya disminuido un poquitito, la impunidad de los agresores. Seguimos esperando que la conducta de los generadores de violencia cuente cada día con menos apoyo social. Pero los esfuerzos son muchísimos, las vidas injustamente maltratadas cada día más, y ahora aumentan por el estrés al que nos somete la pandemia, porque podemos o no estar en casa y eso nos obliga a la indispensable consideración y al miedo por la salud de los demás. 

Hay que aprender a proteger los derechos de todas y todos. No seguir con esa cantaleta de proteger mujeres. La historia demuestra que ése no es el camino. Proteger mujeres siempre ha implicado su sumisión. Nacimos libres e iguales, ¿o no?

 

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