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Una reforma política para devolverle el poder a los ciudadanos

Cecilia Soto

Cecilia Soto

Es común encontrar en edificios públicos y casas alarmas contra incendios. Éstas tienen sensores y emiten una alarma cuando perciben cierto nivel de humo. Uno se pregunta si podríamos contar con sensores semejantes para impedir el incendio político de una democracia, el deterioro del ejercicio de los derechos cívicos o incluso el peligro de un retroceso autoritario. Pues sí, existen esos sensores. El análisis exhaustivo de la participación ciudadana en el ejercicio del voto, como el que realiza el INE a cada elección, y las encuestas sobre la calidad de la democracia, como las de Latinobarómetro y las que ahora elabora nuestro Inegi, están detectando humo desde hace años. Según Latinobarómetro, México viene expresando una creciente desconfianza en la democracia; en 2018 sólo el 38% de la población la apoyaba, 25 puntos debajo de 2002, el año de mayor entusiasmo democrático, con 63%, por el triunfo de Vicente Fox. En espejo a la desconfianza en la democracia crece el número de ciudadanos que se identifican con la pregunta “da lo mismo un régimen democrático que uno no democrático”. Para 2018, los indiferentes estaban empatados con los demócratas en un 38 por ciento. La tendencia a una participación electoral más que mediocre es otro indicador del peligro que nos acecha.

Aunque esas cifras probablemente cambiaron con el resultado de las elecciones de 2018 —que Latinobarómetro no pudo recoger— , las cifras de más de 25 años de encuestas muestran que el apoyo a la democracia va en tándem con el comportamiento del PIB y con la satisfacción económica. El derrumbe de la economía en nuestro país este año no augura una mayor confianza en la democracia y, por el contrario, puede generar una gran desilusión. Por su parte, en la Encuesta Nacional de Calidad e Impacto Gubernamental 2019, del Inegi, los partidos políticos, instrumentos irreemplazables de la democracia, ocupan el último lugar en la confianza de los ciudadanos, ¡por debajo de las policías!

Si las alarmas están sonando no en forma discreta, sino con tambores y sirenas ululantes, con violencia creciente en las manifestaciones, con movimientos anarquistas cada vez más protagónicos, ¿qué se puede hacer para evitar el incendio? O mejor, ¿qué podemos hacer para revitalizar nuestra democracia, incentivar la participación electoral e interesar a más y más ciudadanos para que continúen participando después de la jornada electoral?

Hoy, 8 de junio, el gobernador de Chihuahua, Javier Corral, presentará una iniciativa de reforma política en el Congreso local que busca responder a esas preguntas. La iniciativa toma el acrónimo PASO porque propone primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias para todos los partidos. Y aquí se puede ver una de las ventajas del régimen federal: la posibilidad de que las entidades federativas innoven en sus políticas públicas, en su régimen electoral local y en el ámbito fiscal.

Aunque las elecciones primarias para la selección de candidatos no son una novedad en Chihuahua, ni el que sean abiertas a la ciudadanía, lo que han practicado tanto el PRI como Acción Nacional, lo novedoso es que sean simultáneas y obligatorias. ¿Cómo sería esto? Imaginemos el día de las primarias simultáneas y obligatorias:

El operativo que tenía preparado el partido X para enviar a sus militantes para que votaran en las primarias del partido. Y para apoyar al peor precandidato, se frustra porque si envía a sus votantes más seguros a votar en las primarias de otro partido, entonces se quedaría sin votos internos y arriesgaría su propia elección. Y otra: los precandidatos perdedores, siempre listos para el “chapulineo”, explorando a cuál partido ofrecerse como candidatos, ya no podrán hacerlo porque, dado que las primarias serían simultáneas, los otros partidos ya habrían electo a sus candidatos en las primarias. Por ello, la iniciativa descansa en la herramienta de un padrón de electores confiable y prevé que sólo se pueda votar una vez.

Pero más importante que las ventajas anteriores, claras para quienes tienen experiencia electoral, es el hecho de darle el mensaje a la ciudadanía de que, militen o no, los partidos son suyos, los candidatos son los que ellos elijan y no los que las burocracias partidarias impongan. El poderoso mensaje es que los partidos políticos pueden y deben ser el instrumento de la gente. Y viceversa: el mensaje para los dirigentes partidarios es que no importa cuántas maniobras, cuántas alianzas internas, cuántos “te apoyo y tú me apoyas” realicen, el voto abierto de la gente se impondrá. Más vale entonces abrirse a la ciudadanía, buscar entre militantes y ciudadanos a los mejores y recoger en su programa los deseos, las angustias, las propuestas de quienes deben ser el alma de los partidos: no sólo sus militantes, sino todos los ciudadanos. La mejor de las suertes a esta iniciativa que rompe inercias y busca devolver el poder a los ciudadanos.

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