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Por un México de papás mandilones

Cecilia Soto

Cecilia Soto

Las mujeres tenemos un sexto sentido. O eso dicen. Podemos adivinar las razones de varias conductas de la prole. Saber cuándo están mintiendo o diciendo la verdad. Podemos entender los sonidos ininteligibles de los bebés y saber que tienen hambre o frío o quieren un juguete. ¿Pero es ésta una intuición innata, genéticamente femenina? ¿En nuestro equipo de maternidad, la naturaleza nos dotó de este don de adivinación así como nos dio los senos para dar leche? ¿O más bien esta intuición fina es el resultado de la cercana interacción con el bebé recién nacido hasta más o menos los dos años, cuando se expresa mejor? Mediante ensayo y error, durante los dos primeros años, la mamá primeriza trata con ese bulto que llora cada 3 horas como relojito sin importarle que estemos a punto del colapso por la falta de sueño, que no sonríe los primeros dos meses, que babea y silabea y a la que ella tiene que entender para su tranquilidad y para poder descansar. Ensaya y yerra, ensaya y yerra. Consulta internet, a las amigas, a la abuela.

Pronto esta intuición dejará de ser exclusiva de las mujeres. Y esto es bueno. Durante la pandemia y el encierro obligatorio nacieron muchos bebés. Con derecho o no a licencia de paternidad, muchos padres pudieron y tuvieron que estar con los recién nacidos durante meses o hasta un año. Y asomó en ellos el mismo don de la adivinación que parecía patrimonio exclusivo de la madre: “tiene hambre”, “lo voy a cambiar”, además de compartir el gozo ante los logros del bebé: ya sonrió, ya me reconoce, “¡dijo papá primero que mamá!”.

Así como la pandemia obligó a la sociedad al salto al trabajo en casa en materia de semanas, lo mismo podrá decirse de los beneficios de la participación plena de los papás en los primeros años de la formación de sus hijos e hijas. Se trata, ante todo, de un cambio cultural que encabezan, sobre todo, los jóvenes, a quienes el adjetivo “mandilón” realmente no les molesta. Descubrieron los gozos de la paternidad o entendieron que la carga brutal de la falta de sueño y descanso de los primeros meses no pueda ser sólo de la madre.

Un hallazgo de las encuestas* en los países de la OCDE sobre las políticas públicas para que los hombres compartan más las tareas de la crianza es que la gran mayoría no hace uso de la licencia de paternidad, aquella que tiene el cien por ciento del sueldo plenamente garantizado. México está en el lugar 23 entre 41 países con 5 días laborables como licencia. Japón y Corea en el primero y segundo lugares con 30 y 17 semanas de licencia de paternidad. Pero en Corea, por ejemplo, sólo el 17% de trabajadores que podrían reclamarla lo hacen. Aducen razones laborales: su trabajo es irreemplazable, hay pocos empleados, temen afectar su carrera profesional y la posibilidad de un ascenso, etcétera. En México, de las licencias de maternidad y paternidad tomadas, las de paternidad representan el 7 por ciento. *https://www.unicef.es/publicacion/son-los-paises-ricos-mas-favorables-la...

En nuestro país, de cada 10 empleos, seis están en la informalidad, de tal manera que, aunque la licencia de paternidad que garantiza el artículo 132 de la Ley Federal del Trabajo es un avance, aunque tardío y exiguo, no resuelve el problema para los millones de trabajadores en la informalidad. Para ellos se requieren políticas públicas desvinculadas de la condición laboral, así como las que se necesitan para la cobertura universal de salud. Un ingreso extra que les permita a los nuevos padres y madres quedarse en casa con relativa tranquilidad económica por un número de semanas. Los beneficios de una política pública así son incalculables. Un padre que desarrolla un vínculo amoroso y emocional con sus hijos e hijas, un padre presente en la vida familiar tendrá más dificultades para ausentarse y abandonar a su familia. Las tareas de cuidado compartidas entre el padre y la madre son la mejor lección de igualdad y respeto mutuo que puedan tener los hijos y las hijas.

Además de los avances formales, puede haber también pequeñas acciones con enorme valor simbólico y poco costo que pueden transformar la percepción de “papá mandilón” a un valor positivo en vez de algo que desmerezca su virilidad. ¿Qué tal instalar mesas para cambiar los pañales también en los baños de los hombres? ¿Qué tal citar tanto a mamás como a papás a las evaluaciones médicas mensuales del bebé? ¿Qué tal mandar los avisos para las juntas escolares no sólo a las madres de familia, sino también a los papás y conceder permisos a éstos para asistir? ¿Qué tal multiplicar la publicidad oficial para insistir en la importancia vital de un padre presente? ¿Qué otras ideas tienen ustedes?

El censo de 2020 encontró que 33 de cada 100 hogares están encabezados por mujeres, la cifra más alta de las últimas décadas. Las víctimas de la violencia criminal son 95% hombres. La nueva paternidad también pone un freno al llamado del crimen organizado.

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