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¿Por qué perdió Morena en la CDMX?

Cecilia Soto

Cecilia Soto

Hay muchas explicaciones del triunfo en 9 alcaldías de la alianza opositora a Morena en la CDMX. Es posible que casi todas tengan algo de razón: la impopularidad creciente del Presidente en la capital, quien dos meses antes de las elecciones iba más de 10 puntos abajo de Claudia Sheinbaum (encuesta de El Financiero/Bloomberg), alianzas pragmáticas caciquiles, el golpe económico a la ciudad por  covid y la falta de un ingreso universal provisional que compensara el desplome en el empleo, el aumento en la inseguridad, los miles de hogares afectados dolorosamente por covid, el impacto negativo de la tragedia de la Línea 12 y varias otras. La única que encuentro inverosímil es la que culpa a una campaña de desinformación el cambio de talante en los votantes chilangos, precisamente los más informados, con mayor promedio de años de escuela y los más sofisticados.

Pero hay otra razón raramente mencionada que subyace a casi todas las demás: el centralismo. Cuando se menciona el creciente centralismo que ha caracterizado los primeros años del gobierno del presidente López Obrador se piensa en las sonoras protestas de los estados de la Alianza Federalista o de algún gobernador descontento con temas presupuestales, pero raramente se piensa en la Ciudad de México como una entidad afectada por ese virus. Es más, casi es un sinónimo decir centralismo y Ciudad de México. Las otras entidades federativas envidian que el predial que recauda la Secretaría de Finanzas local va directamente a su administración, mientras que en el resto de los estados va a los municipios. O envidian y reclaman que muchas grandes empresas tienen su domicilio fiscal y por tanto pagan impuestos en la capital de la República y no en donde desarrollan sus actividades.

Pero desde 1997 que los chilangos por fin pudieron elegir a su jefe de Gobierno hasta las reformas constitucionales de 2015, que la equipararon a las demás entidades federativas y la Asamblea Constituyente de 2016, que le dio su primera Constitución, la Ciudad de México fue despojándose de su dependencia del Poder Ejecutivo y ganando autonomía e independencia.

Desde 2014, en el gobierno de Miguel Ángel Mancera se creó el Fondo de Capitalidad para atender las necesidades extras de infraestructura y servicios que se derivan de su carácter de capital de la República y, por tanto, sede de los Poderes Judicial, Legislativo y Ejecutivo. Gracias a esa iniciativa, la ciudad recibió importantes recursos. En 2014 fueron tres mil millones; en 2015, tres mil quinientos millones; en 2016, cuatro mil millones; en 2017, dos mil cuatrocientos cincuenta millones, y en 2018, dos mil quinientos millones. En esos cuatro años, las observaciones reflejadas en las auditorías realizadas por la Auditoría Superior de la Federación (ASF) sólo encontraron faltas administrativas menores y la necesidad de elaborar métricas de eficiencia y servicio. Con esos recursos se construyó la Línea 6 del Metrobús y se realizó un importante equipamiento en seguridad y limpieza: más cámaras, mejor equipamiento para el C5, más patrullas, más equipo de limpieza, etcétera.

Con la llegada del gobierno del presidente López Obrador, el Fondo de Capitalidad desapareció, a pesar de que su existencia está mandatada en la Constitución de la CDMX y mencionada en la Constitución federal. Paradójicamente, la coincidencia partidaria entre el Ejecutivo federal y la jefa de Gobierno le permitió al primero hacerse ipso facto de estos fondos. No se trata sólo de una cuestión cuantitativa, pues los fondos pudieran llegar, eventualmente, con otro nombre, sino de un asunto de gran simbolismo político. El Fondo de Capitalidad reconoce que la CDMX realiza un servicio invaluable, pero costoso y la debe dotar de recursos, independientemente de qué partido gobierne.

Pero, además de la pérdida de los recursos y autonomía asociados al Fondo de Capitalidad, la CDMX ha venido perdiendo recursos como resultado de la austeridad friedmanita y del centralismo, pilares de la filosofía del actual gobierno federal. Con la desaparición de los fideicomisos, la Ciudad de México perdió los recursos —hasta mil millones de pesos— del Fondo Metropolitano. La Zona Metropolitana del Valle de México, que abarca a parte de los estados de México e Hidalgo es, de facto, una inmensa ciudad de 25 millones de habitantes. Además de tener serios problemas de movilidad, tiene un gravísimo problema de contaminación, fenómeno que no conoce límites estatales. Contar con recursos de proyección metropolitana no es un lujo, sino una necesidad vital para todos los habitantes que la recorren, incluyendo los cuatro millones de personas que diariamente vienen a trabajar a la Ciudad de México. Además de la eliminación del Fondo Metropolitano, desapareció también el Fondo para el Cambio Climático que, aunque mucho menor en tamaño, servía para proyectos tan básicos como la red de estaciones para medir contaminación fuera de la capital que cuenta con una red robusta. El federalismo permite a las entidades federativas innovar y explorar nuevas soluciones, como el Fondo de Capitalidad. El centralismo las asfixia y ahoga, a todas, incluyendo a la muy noble y muy leal Ciudad de México.

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