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Polvo de estrellas

Cecilia Soto

Cecilia Soto

Como cualquiera que ha vivido en el siglo XX y en lo que va de éste, tengo muchas dudas sobre el futuro y aún sobre el pasado. De lo que no tengo duda alguna es de que no estaré en este planeta para celebrar los 100 años de la victoria aliada sobre la Alemania nazi en 2045. Para entonces aspiro a ser polvo de estrellas, visitar planetas y asteroides, particularmente el del Principito, el B-612, y saludar a esa criatura que tanto gozo nos ha dado; buscar a mis padres, a quienes no veo desde niña, pasearme por el Universo, rendir homenaje a Leibniz y Einstein y alejarme lo más posible de los hoyos negros, predichos por el nacido en Ulm. Saludar a hijos y nietos desde alguna estrella que puedan ver en el hemisferio norte, comprobando que cuando los huérfanos voltean a las estrellas buscando consuelo, sí, ahí están quienes los quieren enviando mensajes en clave morse. Por ello, porque no estaré en un aniversario tan significativo como el de la centena, quiero dedicar mi artículo al 75 aniversario de la rendición incondicional del ejército nazi, ocurrida el 8 de mayo de 1945.

Estoy convencida de que la generación que estamos entre los 65 y los 75 años somos producto indirecto de la narrativa sobre la Segunda Guerra Mundial y sus secuelas en los juicios de Nuremberg, el juicio a Eichmann en Jerusalén, así como los esfuerzos denodados por construir un mundo de paz a través de la creación de la ONU, la Carta Universal de los Derechos Humanos, el Plan Marshall, los esfuerzos que culminaron en la formación de la Unión Europea. Y es esta generación, la que conoció a distancia y a salvo, los hechos del mal absoluto representado por el proyecto hitleriano y la banalidad de los seres que lo impulsaron, la que gobierna a naciones y organismos importantes, incluyendo a nuestro país. Poco puedo agregar a lo que han escrito extraordinarios historiadores y pensadores. No lo intentaré, apenas recopilaré.

1.  La Segunda Guerra es producto de una mala solución a la Primera Guerra Mundial, como lo escribiera John Maynard Keynes en su brillante ensayo Las consecuencias económicas de la paz, que en diciembre pasado cumplió cien años de su publicación. Las cláusulas del Tratado de Versalles de 1919 que hacían imposible la recuperación económica de Alemania y, en la práctica, vetaban su participación en la comunidad de naciones, abrieron el camino al ascenso del partido Nacional Socialista de Adolfo Hitler. Algo que no es tan conocido es que Woodrow Wilson, el presidente norteamericano opuesto en las negociaciones a las exigencias vengativas de Francia y Gran Bretaña contra Alemania, fue víctima de la epidemia de la llamada Influenza Española (hoy influenza causada por el virus AH1N1). En medio de las negociaciones del tratado tuvo que irse a recuperar a Estados Unidos y cuando regresó a Francia, visiblemente alterado mentalmente, según testimonios cercanos, dio un viraje de 180 grados y aceptó las peores cláusulas del Tratado de Versalles. ¿Un virus cambió la historia? No sería la primera ni la última vez.

2.  Como ya se ha escrito ampliamente al respecto, la democracia se puede destruir desde la democracia. Tal fue el caso de la frágil República de Weimar, el primer ensayo de democracia parlamentaria en Alemania después de la desaparición del Imperio Austro Húngaro. Poco a poco y con sus propias reglas, la novel democracia dio herramientas y oportunidades al ascenso de un partido con un discurso de ensalzamiento abstracto al “pueblo”, de nacionalismo exacerbado por las cláusulas humillantes de Versalles, de odio a una minoría y de entronización de un solo líder.

3.  La experiencia traumática de la Primera Guerra Mundial alimentó, comprensiblemente, un enconado sentimiento pacifista. Países como Francia, Gran Bretaña y los propios Estados Unidos dejaron pasar, una a una, las señales y acciones que demostraban que Hitler tenía un proyecto de dominio imperialista. La tolerancia al discurso antisemita en sus propios países fue lo que dio energía al discurso de odio de Hitler y lo que permitió que se le catalogara apenas como un excéntrico. La tolerancia a la xenofobia negó credibilidad a las múltiples denuncias y pruebas de la existencia de campos de exterminio en Alemania y Polonia desde antes del fin de la guerra.

4.  La paz sólo puede ser duradera si se basa en la prosperidad de todas y todos, tanto de naciones como de individuos. La democracia no se inaugura en alguna fecha con alguna elección, sino que se construye día a día, se cuida y alimenta como un bien precioso, pero frágil.

Son muchas las lecciones de la Segunda Guerra Mundial, pero yo destacaría solo una. Antes que los cañones, submarinos, bombas, tanques y que cualquier arma poderosa, hay otra que le antecede: la palabra. Lo que se dice, importa; cómo se dice, importa; a quién se dice, importa. La palabra construye y destruye, une y divide. Dejar pasar el discurso de odio es irresponsable. Contrarrestarlo con uno igual es garantía de desastre. Honor y agradecimiento a todos y cada uno de quienes hicieron posible, desde el poder y las trincheras, el triunfo aliado en 1945 y, con ello, cambiaron, para bien, la historia.

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