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Ni civil ni militar: no a la Guardia Nacional

Cecilia Soto

Cecilia Soto

Desde el punto de vista de la seguridad ciudadana, la disciplina no es el mayor bien jurídico a tutelar, sino apenas una herramienta valiosa que sin otros componentes es neutral y puede servir para bien o para el mal. El ejemplo de los Zetas es muy claro: para su formación, Osiel Cárdenas exigió sólo exmilitares y 40 de ellos, todos desertores del Ejército, fueron el núcleo fundador de una de las organizaciones criminales más crueles y disciplinadas.

Pero el secretario, almirante José Rafael Ojeda Durán, calificó a la disciplina exigida a los marinos: “investida por valores fundamentales como el honor, el deber, la lealtad, la honestidad”. La reflexión contemporánea también explora la evolución del honor como valor no absoluto: en nombre del honor ofendido se han lanzado desde hace milenios guerras como las troyanas, se ha infligido sufrimiento incalculable a las mujeres, se ha segado la vida de miles de hombres gracias a la casi extinta práctica de los duelos y se han dificultado iniciativas de diálogo, paralizadas las partes por el honor maculado.

Yo estoy convencida de que el error del Ejército en el caso de los 43 desaparecidos de Ayotzinapa, uno de omisión, tiene que ver con la disciplina y el honor: la orden de no intervenir seguida a pie juntillas por el oficial en turno; la negativa para no manchar el honor militar, a que se abrieran las instalaciones de la Zona Militar a la inspección solicitada por el Grupo de Investigación Forense. Disciplina, lealtad, honor por participar en un cuerpo colectivo útil a la nación y admirado por los ciudadanos: todo muy respetable para las instituciones castrenses, pero muy limitado para las labores de seguridad ciudadana donde esfuerzos de participantes con experiencias diferentes y capacidad de innovar y explorar nuevas soluciones son fundamentales. 

La unanimidad de gobernadores y expertos en el error del control militar de la Guardia Nacional ha hecho dar marcha atrás al nuevo gobierno. Esto es positivo, independientemente de que no se sabe todavía si se trata de un cambio de barniz o uno de verdad que elimina el quinto transitorio. Lo importante es que no  corrige el error de fondo: insistir en la creación de una nueva institución acabando con otra, en especial desperdiciando los esfuerzos para crear la Policía Federal. El hecho de que la iniciativa para crear la Guardia Nacional sea mediante reformas constitucionales le da carácter permanente a una propuesta que más parece estar basada en la obsesión del Presidente con la historia patria que con evidencia e historias de éxito.

Se trata de un refuerzo a la tendencia centralizadora en la que insistió el gobierno de Enrique Peña, claramente contraria al mandato federalista de la Constitución, como lo muestran las nuevas atribuciones que se otorgan al Ejecutivo federal sobre las policías estatales y municipales (artículo 89) y la amenaza de retirar fondos para municipios contenida en el artículo sexto transitorio.

Aunque diversos analistas conceden al Ejecutivo federal el capricho de nombrar la Guardia Nacional –lo que ellos consideran una policía nacional como las de Italia, España o Chile– la verdad es que México es un país demasiado grande y diverso para que funcione bien una institución nacional de seguridad que irremediablemente tendrá el efecto de desincentivar aún más la formación de policías estatales y municipales efectivas. Acabar con la Policía Federal tendrá también un efecto pernicioso para los reclutas: en México hay que planear la vida sólo para un sexenio, se prohíbe soñar con carreras a lo largo de la vida. El Ejecutivo en turno exige poner su apellido a las ocurrencias sexenales.

Nos vemos en Twitter: @ceciliasotog y fb.com/ceciliasotomx

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