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Lo efímero de la popularidad

Cecilia Soto

Cecilia Soto

En marzo de 2013, a los dos años, tres meses de gobernar, la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, alcanzó su mayor popularidad. Según Datafolha, 65% de los entrevistados consideraba su ejercicio muy bueno, sólo 4% lo calificaba de “malo”. Reinaba la esperanza: 68% consideraba que su economía mejoraría. También alcanzó la calificación más alta, 7.4. Tres meses después, en la tarde del 6 de junio, unos dos mil jóvenes del Movimiento pro Transporte Gratuito protestaron en São Paulo por el alza de 20 centavos en la tarifa del transporte público. Esa semana la aprobación bajó a 57%. El 13 de junio, después de días de protestar todas las tardes en números crecientes, pero modestos, la policía los reprimió violentamente y esas imágenes fueron la chispa que encendió una pradera que estaba mucho más seca de lo que retrataban las encuestas. Un millón de brasileños salió a las calles de muchas ciudades.

La respuesta de los analistas pro PT fue predecible: “La clase media que protesta porque no soporta ver a gente pobre en los aviones, en las playas, en las tiendas. No soporta el avance de las clases más pobres gracias a 10 años del gobierno del PT”. En efecto, Datafolha detectó que la mayoría de los que protestaban eran de clase media, especialmente estudiantes. Pero lo hacían por la pésima calidad de los servicios, por el despilfarro en la construcción de los estadios de la Copa Mundial, por la corrupción. El 28 de junio, la evaluación de la presidenta se colapsó 27 puntos: sólo 30% aprobaba su gestión, nunca pudo recuperarse más allá del 42%. Sólo 44% tenía esperanza de mejorar económicamente. La calificación presidencial bajó a 5.8.

La popularidad es resultado del egoísmo de quienes la otorgan. Puede parecer blindada con múltiples capas de teflón, puede parecer más resistente que el mejor acero, pero sólo dura mientras haya una coincidencia entre los sueños y aspiraciones de la población y las acciones del gobernante. El presidente Lula terminó su segundo gobierno con la mayor popularidad de la que haya gozado un mandatario brasileño: 83% consideró “muy bueno” su gobierno. 71% lo consideraba el mejor presidente. Para 2016, esa preferencia había bajado a 35%. Ya no gobernaba, pero el desastre del segundo gobierno de la presidenta Dilma, con la recesión más prolongada de la economía brasileña y las revelaciones sobre corrupción de la Operación Lava Jato, deterioraron su imagen. Nada es para siempre.

En México, 24 horas antes de la manifestación en Reforma y varias otras ciudades del país de este domingo, se manifestaron cientos de científicos e investigadores que protestaban por los recortes a la ciencia en el actual gobierno. El Plan Nacional de Desarrollo dedica cinco renglones al desarrollo científico y la actual directora del Conacyt pretende adoctrinar sobre el tipo de ciencia que debe prevalecer en el país, no la “occidental”, a la que considera colonizadora; prefiere los “saberes tradicionales”, que son eso, saberes, no la ciencia que necesita México para progresar internamente y competir internacionalmente. Desde febrero, en decenas de ciudades que visita el Presidente, cientos de madres trabajadoras y de responsables de las #EstanciasInfantiles protestan ruidosamente por el recorte presupuestal y por las calumnias proferidas por el Presidente contra las responsables y funcionarias de las estancias. No importa la evidencia que se le presente sobre lo falso de sus estadísticas, sobre lo amañado del censo informal que recorta niños inscritos, el Presidente vuelve a mentir y calumniar, y al hacerlo, lastima a los más indefensos, a los que todavía no tienen voz, a los niños y niñas de madres que desean trabajar o estudiar. No hay medicamentos retrovirales para los portadores de VIH. No hay medicamentos tampoco para los niños enfermos de cáncer y como me dijo un prestigiado pediatra: “pronto tendremos que recurrir a la solución Javier Duarte, dar agüita  en vez de quimioterapia”.

Un gobierno chambón que no sabe ni cómo pagar a sus funcionarios. Un presidente que suma damnificados a los que desprecia. Un presidente que confunde la votación a mano alzada de la plaza con el ágora gigantesca, compleja y diversa que es México. Compare y elija.

 

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