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La seguridad social: un exoesqueleto asfixiante

Cecilia Soto

Cecilia Soto

                La alta informalidad… es el síntoma
                de la enfermedad, no su causa.

                Santiago Levy

 

Una pieza del pesado exoesqueleto o armazón externo que permite medio caminar a la economía mexicana se ha desgastado con el tiempo. La propuesta que nos presentaron en conjunto el gobierno federal, el IMSS y el Consejo Coordinador Empresarial (CCE) para reformar el sistema de pensiones de los trabajadores afiliados hoy o ayer al IMSS, se propone reparar la pieza, cambiarle el gas al cilindro neumático, reemplazar alguno de los softwares con licencias vencidas y, en general, darle una buena dosis de hojalateada y pintura. Es posible que en el lapso de 8 años que se propone para terminar la reparación, el exoesqueleto pueda ser más eficiente... pero no dejará de ser eso: una de las razones que explican el lento crecimiento económico y, sobre todo, la alta informalidad económica.

De hecho, lo más relevante de la propuesta está fuera de ella, parcial y poco ambiciosa para el tamaño del problema. Lo verdaderamente importante se centra en el proceso de diálogo que permitió su formulación, incluyendo la participación de la representación empresarial, a pesar de la lluvia de adjetivos que se origina todos los días en Palacio Nacional. La presentación mediante una iniciativa formal ante el Congreso puede permitir una reflexión que supere la meta de apenas reparar una pieza, por importante que sea, cuando es el fragmentado sistema de seguridad social, parchado aquí y allá, lo que hay que rediseñar y poner en marcha en su conjunto.

Y hoy hay las mejores condiciones para una reforma profunda e integral. Déjeme hacer una referencia histórica. Ayer domingo 26 de julio se cumplieron 75 años de la histórica derrota de Winston Churchill a manos de Clement Attlee, el líder del Partido Laborista en el Reino Unido que venció en los comicios de 1945. Attlee triunfó con base en la promesa de fundar un sistema de seguridad social universal, en particular, el Servicio Nacional de Salud, Nacional Health Service, que ofrecería (y ofrece) servicios de salud a toda la población. Las bases conceptuales del estado de bienestar británico fundado durante el gobierno de Attlee fueron posibles gracias a la destrucción causada por la Segunda Guerra Mundial; con un mundo destruido había que imaginar otro.

La idea revolucionaria de que todos los ciudadanos tienen derecho a la salud por el simple hecho de serlo y de pagar impuestos no fue difícil de entender cuando tantos ciudadanos británicos, pobres y ricos, propietarios de títulos nobiliarios y proletarios, participaron en el esfuerzo por derrotar al eje nazi fascista. La guerra los igualó. En nuestro país, aunque la Constitución consagra el derecho a la salud, a un trabajo con un ingreso digno, el exoesqueleto al que me he referido discrimina a los trabajadores según sea su estatus laboral. Si se es trabajador formal se tienen algunos derechos, dependiendo si empezaste a trabajar antes o después de la reforma pensionaria de 1997; si eres trabajador o trabajadora informal el texto constitucional y tus derechos se vuelven irrelevantes. Durante su vida, los y las trabajadoras transitan por estos distintos avances o desmerecimiento de sus derechos.

Para compensar esas debilidades de legislaciones y sistemas que dejan fuera a la mayor parte de las y los trabajadores de una protección social efectiva, cada gobierno creó con las mejores intenciones y con mayor o menor pericia, parches. Parches ya sea para proveer estancias infantiles a quienes no tenían seguridad social o servicios de salud a quienes no tenían trabajo formal o pensión para adultos mayores a quienes no la tenían. Y mire que las tres iniciativas aisladas me parecen excelentes.

Hoy podemos comparar la experiencia de la epidemia de covid-19, las miles de muertes que ha traído y la brutal contracción económica que ha creado con la experiencia de una guerra. Es el momento de pensar en soluciones a fondo y no sólo en reparaciones o mitigación de daños. La propuesta tripartita presentada hace unos días, aunque tiene méritos, termina por encarecer la creación del trabajo formal al aumentar la cuota patronal del del 5.15% al 13.87% y afectar las finanzas públicas. En vez de debatir cuánto deben o no aumentar las aportaciones de los patrones y/o de los trabajadores, por qué no pensar en un sistema que se financie de los impuestos generales, como el inglés y el de muchos otros países, y se pueda abaratar así la creación de empleo formal. Como dice Santiago Levy en su “Propuesta para transformar la seguridad social en México” (Nexos), no es la baja inversión lo que produce y reproduce la informalidad, sino el abigarrado, complejo y fragmentario sistema de seguridad social, el débil cumplimiento de los contratos y una recaudación fiscal incompatible con el tamaño de la población y de la economía mexicanas.

Ha habido y hay una pandemia: hay que salirse de la caja precovid-19, incluyendo aquella idea de que no puede haber una reforma fiscal y de que sólo podemos mejorar poquito el dichoso exoesqueleto.

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