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La política industrial ahora la hacen los estados

Cecilia Soto

Cecilia Soto

“No ha habido política industrial en los últimos 30 años”, decretó el subsecretario de Industria y Comercio, Ernesto Acevedo, al dar a conocer un nuevo decálogo de política industrial. Si esto es cierto, ¿qué explica entonces el surgimiento de los clusters de industria aeroespacial en Chihuahua, Querétaro y Sonora, el de electrónica y el naciente de industrias creativas en Jalisco, inexistentes antes del 2000? ¿Y el crecimiento y evolución hacia una mayor complejidad de los clusters automotrices en Puebla, Aguascalientes San Luis Potosí, Chihuahua y Sonora? ¿Generación espontánea, magia negra?

El decálogo en sí es un ejercicio inocente e inocuo. Repite todo lo que se ha predicado sobre política industrial los pasados 20 años, sólo adiciona la economía de la salud, que es importante. Pero lo más significativo es que revela la falsa idea de que si una política pública no surge desde la Federación, no existe, otra variedad del regreso al centralismo asfixiante. Al mismo tiempo, empresarios y el Poder Ejecutivo examinan 1,600 proyectos de infraestructura sin que se convoque a los Ejecutivos estatales para evaluar su pertinencia. ¿Pues en dónde creen que se ejecutarían estos proyectos, sino en las regiones del país? Sin desarrollo regional no hay desarrollo nacional.

El más importante cambio en política industrial es obra de las entidades federativas. Me refiero al rechazo a competir internacionalmente mediante la mano de obra barata, mantra, éste último, que prevalecía hasta hace menos de quince años. Cierto que este cambio se debe a una dosis generosa de lo que el poeta Antonio Machado embellece en sus Cantares, como “golpe a golpe”. Si la estrategia de los salarios bajos pudo justificarse inicialmente para atraer inversiones e incentivar la capacitación de trabajadores, ésta se prolongó injustificadamente por décadas. Las empresas extranjeras llegaban, se instalaban pagando impuestos raquíticos y desaparecían en cuanto alguien garantizaba salarios más enjutos. Nos ganaban los chinos u otro hasta que para vergüenza nuestra, los salarios mínimos mexicanos quedaron en el sótano: peores que los salarios en el gigante asiático y sólo superados en su mezquindad por Haití. Pero la lección fue aprendida.

Los equipos de las secretarías de Economía en muchas entidades federativas se han convertido en promotores de la inversión interna y externa. Sin la interlocución que daba Pro México y con equipos en las embajadas que apenas van en el abecé de la promoción, los funcionarios locales desarrollan nuevas capacidades para no depender de una Federación que desaparece sus capacidades de promoción y articulación entre la empresa y el sector público.

El paso siguiente es la organización de los estados como regiones. Muchos ya han aprendido los trucos de las grandes empresas: negociar por separado estado por estado para obtener mayores concesiones de las autoridades estatales y menos compromisos por parte de la empresa. Quizá, la organización regional puede acordar ciertos mínimos para que la competencia entre los estados no juegue a favor sólo de las empresas. Las entidades con clusters maduros, desafortunadamente sólo localizados del centro hacia el norte, buscan ahora que las empresas de exportación establezcan centros de innovación y diseño que incentiven y aprovechen la generación de jóvenes ingenieros y tecnólogos que se gradúan por cientos de las universidades e institutos tecnológicos. Y aunque usted no lo crea, la barrera más importante para la empleabilidad de estos jóvenes no es su la falta de experiencia ni el nivel educativo, razonablemente bueno, sino la falta de dominio del inglés, la lengua franca de estos inicios de siglo. He aquí un área de oportunidad para los miles de paisanos deportados educados desde la niñez en el inglés.

La gran debilidad de la industria de exportación: el escaso contenido nacional, el encadenamiento nacional casi nulo y la consecuente proveeduría nacional y local, tan escasas, sólo podrán remediarse con una agresiva política hacia las pymes. Aquí también la Federación debilita sus herramientas al desaparecer al Instituto Nacional del Emprendedor y sus fondos sin propuestas de alternativas. Ojalá pueda revivir los fondos de garantía respaldados por Nafin, desarrollados el sexenio pasado, que multiplican las oportunidades de crédito de la banca privada.
Por lo pronto, varias entidades federativas ya desarrollan estrategias hacia las pymes sin pedirle permiso a la Federación.

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