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La estrategia bola de demolición

Cecilia Soto

Cecilia Soto

El presidente López Obrador tiene una gran ventaja: le quedan 5 años para gobernar y dejar huella. Desde otra perspectiva, ese periodo es también una gran desventaja: le quedan sólo 5 años para garantizar que su obra sea relativamente perdurable. Sabedor como nadie que las preferencias del elector son como las describe Giuseppe Verdi en La Traviata, como pluma al viento, cinco años son pocos para garantizar que no haya marcha para atrás. Es por ello que desde Palacio Nacional se sigue una estrategia tipo bola de demolición, aquella pesada bola de acero que se balancea y estrella contra paredes y edificaciones obsoletas. Así, no, no es que el austericidio lleve a recortes mal pensados, “hechos con machete y no con bisturí” como se acostumbra decir doctamente, sino que se sigue deliberadamente una estrategia de destrucción por la que, se argumenta, votaron 30 millones de mexicanos.

Aclaro: no se trata de una estrategia para causar mal deliberadamente al país. Por el contrario, desde la óptica del nuevo gobierno, se busca liberar a México de una herencia dañina. Hay que acabar con los resortes, las palancas, las vías mediante las cuales la inercia perniciosa de los gobiernos anteriores se puede seguir reproduciendo y perpetuar. Las protestas, los amparos, las críticas, la prensa “que no se porta bien”, las aguerridas usuarias de las estancias infantiles, las agencias calificadoras, etcétera, forman parte de los “chirridos” que causa la bola de demolición al destruir los canales que garantizaban privilegios a unos cuantos, contra el bienestar de muchos.

El problema con esta hipótesis y la estrategia que la valida es que supone que todo lo construido institucionalmente en México es obra de los anteriores gobiernos. Y que hace tabula rasa de éstos. La sociedad que peleó, especialmente desde el fraude electoral de 1988, por edificar instituciones que fueran un contrapeso al gobierno de partido único, está borrada. No están los más de 600 militantes del PRD asesinados después de las elecciones fraudulentas de 1988, no estamos los cientos de miles que nos manifestamos en enero de 1994 para que no se reprimiera militarmente el alzamiento indígena y que después exigimos que el gobierno saliera de la organización de las elecciones y que permitió la creación del IFE, ahora INE. No están las organizaciones de la sociedad civil que presionaron por mayor transparencia de donde surge el Inai. No están los millones de ciudadanos que derrotaron al PRI en 2000 y que obligaron a cambios trascendentes, como la rendición de cuentas a organismos de la ONU. No está el movimiento de mujeres que peleó y lucha por la paridad sustantiva: más allá de los números paritarios, con apoyos como estancias infantiles para poder tener familia y trabajar y refugios para poder seguir vivas. Desapareció el recuerdo de decenas de periodistas asesinados por decir la verdad sobre el crimen organizado y las violaciones a los derechos humanos por el Estado y que llevó a la consolidación de la voz disonante de la CNDH y a la formación de colectivos fundamentales para lograr una #SeguridadSinGuerra.

Borrada está también la reflexión de cientos de académicos, expertos y decenas de instituciones sobre el fracaso de las políticas de combate a la pobreza y la decisión a fines de los noventa de cambiar radicalmente la forma de medirla y evaluarla. Desconocido el atrevimiento de estos mexicanos de formular una política de medición de la pobreza innovadora mundialmente, una medición multidimensional, a contrapelo de la simplista medición propuesta por  las instituciones multilaterales, de uno o dos dólares diarios como referencia de pobreza, que culmina con la creación del imprescindible Coneval. Ignorado el valioso aprendizaje, paulatino y accidentado por parte de los organismos autónomos, de ser independientes, de saber decir no, de resistir presiones con inteligencia para no arriesgar zarpazos destructivos, ya sea por parte del gobierno o de los empresarios favorecidos por el capitalismo de cuates.

CNDH, Inai, Coneval, INE, Cofece y otras, son todas instituciones a cuidar y mejorar. Se trata de la herencia construida por millones de mexicanos valiosos: no es de ningún partido ni ningún gobierno. Le será útil a quien sinceramente quiera gobiernos honrados, democráticos, justos y comprometidos con la causa de una mayor igualdad.

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