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Elecciones y la harina con gorgojo

Cecilia Soto

Cecilia Soto

Cualquiera que sea el resultado, las elecciones del próximo 6 de junio serán un parteaguas. Darán luz verde a un régimen con vocación y compromiso probadamente autoritarios o ratificarán la preferencia de los mexicanos por el laborioso camino del fortalecimiento de la democracia.

No se trata de una interpretación sujeta a debate. El gobierno abiertamente se pronuncia en contra de postulados esenciales de la democracia, como la separación de poderes y la libertad de expresión; defiende y argumenta desde Palacio Nacional la necesidad de violar la Constitución. Opera con una Cámara de Diputados cuya integración es abiertamente anticonstitucional. El titular del Ejecutivo interviene abiertamente en las elecciones, utiliza la Fiscalía General de la República y la Unidad de Inteligencia Financiera contra ministros de la SCJN y jueces, así como contra gobernadores y candidatos de oposición y amenaza con acabar con el Instituto Nacional Electoral, INE.

Muchos de los electores, sobre todo aquellos desencantados con su voto en 2018, critican las alternativas que presenta la oposición, con la coalición Va x México —formada por el PAN, el PRI y el PRD— y Movimiento Ciudadano. Encuentran gorgojo en la harina que se les presenta. Votarán “tapándose la nariz”, dicen, repudian el voto útil o lo anularán. Quiero recordar para ellos cómo uno de los momentos que cimbraron a México y dio inicio a la pluralidad se hizo con una harina también muy defectuosa.

En 1987 yo militaba en el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM). Hacia fines de septiembre de ese año, cuando estábamos en la busca de precandidatos presidenciales que no fueran del PRI, exigencia que mi esposo y yo hicimos para unirnos en 1985, se nos informó que se estaba en pláticas con el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas y su Corriente Democrática, que recién habían abandonado el tricolor, para que él fuera nuestro candidato. Casi me infarto. ¿Un priista? Durante los meses anteriores habíamos recorrido el país para que por primera vez el PARM dejara de colgarse de la candidatura presidencial priista. El PRI representaba para mí todos los males que teníamos que erradicar: presidencialismo desbocado, autoritarismo, opacidad, corrupción, fraude electoral sistemático, manejo económico desastroso. Y si el PRI era todo eso era imposible encontrar en él buenos ciudadanos.

Con ese diagnóstico dogmático y estigmatizante del que partía, el ingeniero Cárdenas no podía existir. Si la descalificación a rajatabla que hacía era correcta, Ifigenia Martínez, Porfirio Muñoz Ledo y muchos más de la Corriente Democrática eran apenas un nuevo truco del sistema para acallar a la oposición y garantizar nuevamente el triunfo del PRI. Escuchar al ingeniero con su serenidad, bonhomía y claridad tuvo un gran peso para cambiar de opinión, así como aquilatar el enorme valor simbólico que tenía su candidatura.

De no haber sido por el PARM, un partido pequeño formado por militares retirados, siempre dependiente del PRI, con implantación más regional que nacional, con un discurso obsoleto, es posible que la candidatura del ingeniero Cárdenas no hubiera podido formalizarse. Nadie se atrevía a desafiar al gobierno apoyando a Cárdenas. Carlos Enrique Cantú Rosas, el dirigente que había relevado a las momias que presidían al PARM, tenía una personalidad magnética, muy carismático, gran orador, hiperactivo y con ganas de comerse al mundo. Había sido el primer presidente municipal de oposición, cuyo triunfo fue reconocido oficialmente. Ahí, en Nuevo Laredo, los priistas le hicieron la vida imposible organizándole huelgas, boicots y periodicazos, pero Cantú Rosas se crecía al castigo. La candidatura de Cárdenas le brindaba la oportunidad de reconocimiento nacional y más si el gobierno quería jugar rudo como lo hizo. Aguantó la guerra y revivió al PARM. Dos partidos pequeños pagaban por ver. Ya que estuvieron seguros de que Cantú Rosas había sobrevivido el acoso, se unieron el Partido Popular Socialista y el Partido del Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional, otros dos partidos poco inspiradores. En enero de 1988, junto con la Corriente Democrática, se formó el Frente Democrático Nacional, FDN.

¿Y la izquierda? La izquierda pura rechazaba la candidatura del ingeniero Cárdenas por su origen priista, pero, sobre todo, por su alianza con partidos con pasado poco escrupuloso, un argumento muy parecido al que acongoja a los electores de este 2021. No fue sino hasta mayo de 1988, con los mítines masivos en La Laguna a favor de Cuauhtémoc Cárdenas, que Heberto Castillo desistió de su candidatura presidencial y el Partido Mexicano Socialista se unió al FDN. Lo hizo un mes antes de las elecciones, apenas a tiempo para que las boletas se imprimieran con el nombre de Cárdenas como candidato del PMS. Con esa harina imperfecta, con trigos de los mejores, pero a veces también rancios, cimbramos el país, se inició el fin del régimen del partido único e inauguramos la transición a la democracia. ¿Y los gorgojos? No se preocupen, el calor del horno de la democracia los ahuyenta o los tatema.

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