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Elecciones en Brasil: avanza la ultraderecha

Cecilia Soto

Cecilia Soto

Despierta en Brasil, décadas después, en plena efervescencia democrática. En 1985 Brasil ha celebrado las primeras elecciones democráticas después del golpe militar de 1964. En 1988, ha culminado un intenso periodo de reflexión y diálogo con la redacción de una Constitución de avanzada que recoge la experiencia vanguardista de la sociedad civil que resistió la represión y oprobio de la dictadura militar.

Jair Messías Bolsonaro revive y encuentra en su entorno un discurso chocante: democracia, derechos para las minorías, coctel antisida gratuito para todas las víctimas del sida como política del Estado brasileño, presupuesto participativo, política de reparación para las víctimas de la represión del golpe de Estado de 1964, al que él tercamente sigue llamando “Revolución”.

Creciente información y denuncias sobre la participación de los militares brasileños en la Operación Cóndor que coordinaba las operaciones represivas de los gobiernos de Argentina, Chile, Brasil, Paraguay y Uruguay. Aumentan las críticas a su héroe: Augusto Pinochet. “Pinochet debió haber matado a más”, declara esta reliquia viviente de las tesis más ultramontanas de la derecha radical.

El mundo ha enloquecido con la democracia. “De llegar yo al poder,como Fujimori, disolvería el Congreso al día siguiente”, declara en 1999. Decide participar como legislador. En 26 años de carrera política, acumula 30 solicitudes de juicio político por difamación, incitación a la violencia, declaraciones xenófobas, misóginas, contra la comunidad LGBTTI y lo que usted quiera agregar. “La violencia se combate con violencia, no con banderas de derechos humanos”, afirma. Un letrero que cuelga en la puerta de su oficina en el Congreso, dedicado a las madres de los desaparecidos, retrata sus convicciones y provoca una nueva denuncia ante el ministerio público: “Los que buscan huesos, son perros”.

El presidente Fernando Henrique Cardoso (1994-2002), del PSDB, habla de la necesidad de un gobierno austero. Bolsonaro pide que lo fusilen, pues la austeridad impediría que Brasil fuera grandioso, como lo fue durante el gobierno de los militares: “20 años con orden y progreso”.

¿Los homosexuales? “Si tuviera un hijo gay preferiría que muriera en un ‘accidente’”. ¿Los delincuentes? La pena de muerte o la ejecución sumaria es el remedio a la criminalidad. Sí a la tortura, como lo explicitara en su voto a favor del juicio político contra Dilma Rousseff, al felicitar públicamente en una sesión televisada, a Carlos Alberto Brilhante Ustra, el responsable de las torturas a Rousseff y a muchos otros más. Castración química contra los violadores, derecho a poseer armamento a la población civil. Reducción de la edad penal. No al Estado laico: “Dios no sabe de eso”. A partir de 2016, cuando Bolsonaro prepara su candidatura a la Presidencia, intenta matizar su extremismo. En 2018, escoge como responsable de su estrategia económica a un respetado economista ortodoxo, Paulo Guedes. Lo sintomático es que Guedes, de la Escuela de Chicago, haya aceptado. Después de que el Tribunal Superior Electoral confirmara que el expresidente Lula da Silva es inelegible por estar sentenciado, Bolsonaro aparece en primer lugar en las encuestas con 22%.

Le siguen Marina Silva y Ciro Gomes con 16% y 12 % respectivamente. Geraldo Alckmin, el candidato del establishment, en una coalición del PSDB con 8 partidos, apenas alcanza un 9%. Un candidato que hace cinco años apenas era motivo de escarnio, hoy podría ganar las elecciones si no fuera porque en Brasil cuentan —afortunadamente— con una segunda vuelta electoral.

El atentado contra Jair Bolsonaro, que probablemente le impedirá retomar las actividades partidarias, perpetrado aparentemente por un desequilibrado mental, ha tenido también el efecto de debilitar la estrategia del ex presidente Lula de presentarse como una víctima del sistema.

Lo es, pero Bolsonaro ahora es una víctima hospitalizada, un mensaje más comprensible y directo para el elector brasileño que el complicado proceso legal de Lava Jato. Ello hará más difícil que el expresidente Lula pueda heredar sus votos al probable candidato del PT, Fernando Haddad, exalcalde de São Paulo. Como en México, los protagonistas principales en las próximas elecciones no serán “los de siempre”.

Perderá Jair Messías Bolsonaro, pero su popularidad revela desconfianza en la democracia y la aceptación por una parte importante del electorado de soluciones autoritarias y mesiánicas. Nada es para siempre. Nos encontramos en Twitter: @ceciliasotog y fb.com/ceciliasotomx

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