Logo de Excélsior                                                        

Con Venezuela, una política exterior humanista y compasiva

Cecilia Soto

Cecilia Soto

Bajo estas condiciones inconstitucionales, equivalentes a un golpe de Estado contra la institucionalidad democrática, el INE peñista convoca a elecciones, Peña Nieto se vuelve a lanzar como candidato a la Presidencia y, con la ausencia de los principales candidatos, gana. En este escenario, Peña Nieto puede reelegirse porque antes ha desconocido al Congreso de la Unión en el que domina con amplitud una coalición opositora. Convoca a una Asamblea Constituyente ilegal, respaldada por una Suprema Corte de Justicia que no se reconoce autónoma del Poder Ejecutivo y que avala como legal la reelección. Es tan evidente y escandalosa la falta de división de poderes que hay una SCJN en el exilio, integrada por ministros que han escapado del país.

Esto es más o menos lo que pasó en Venezuela a partir de que la oposición arrasó en las elecciones parlamentarias de diciembre de 2015, ganando las dos terceras partes de la Asamblea Nacional, incluyendo dos tipos de mayorías calificadas que le permitiría hacer cambios profundos en el país. Para nulificar a la Asamblea Nacional, en mayo de 2017, Maduro convocó, mediante un decreto, a la elección de una  Asamblea Constituyente. Como el decreto y las elecciones violaban la Constitución chavista al no organizar un referendo obligatorio, un número importante de países, incluyendo México, no reconoció legitimidad a la Asamblea Constituyente. En diciembre de 2017, Maduro tuvo que aceptar un tercer intento de diálogo con la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), en República Dominicana. En febrero de 2018, estando en pleno diálogo en Santo Domingo, donde la MUD reclamaba la libertad de cientos de dirigentes opositores encarcelados y el reconocimiento legal de los dos principales partidos de oposición, Primero Justicia, que encabeza el dos veces excandidato presidencial Henrique Capriles, y Voluntad Popular, de Leopoldo López, en prisión desde hace más de cuatro años, Nicolás Maduro convoca unilateralmente a elecciones presidenciales para abril, en vez de la fecha tradicional de diciembre. Las elecciones ilegales se celebran el 20 de mayo y ¿adivinen quién ganó? Sí, Nicolás Maduro.

Por ello, la posición mexicana que pide diálogo a las partes y se ofrece como mediador en Venezuela sería muy acertada… para 2015. Ahora es una propuesta inviable. Nicolás Maduro ha dinamitado todos los procesos de diálogo, en especial este último, en el que mientras negociaba, preparaba su reelección.

La diplomacia mexicana todavía puede jugar un papel útil que contribuya a que se restablezca la democracia en la patria de Bolívar, ese país entrañable, tan cercano a los mexicanos. Para ello, sus iniciativas deben estar apegadas a la Constitución, en especial al nuevo paradigma contenido en el artículo 1ro que, reformado en 2011, mandata que todas las decisiones en materia de política pública estén iluminadas por la obligación de respetar y hacer respetar los derechos humanos internamente y cumplir con los tratados internacionales que nos imponen obligaciones similares, por ejemplo, la Carta Democrática Interamericana. Una política exterior humanista que no cierre los ojos ante el sufrimiento del pueblo venezolano y ante el potencial de desestabilización de la región por la emigración de millones de venezolanos a los países vecinos.

Si nuestra política exterior reconoce la autodeterminación de los pueblos, entonces deberá reconocer que en las elecciones de 2015 el pueblo venezolano votó masivamente por la oposición y deberá reconocer a la Asamblea Nacional como legítima. Ello significa decir eso, abiertamente, favoreciendo la celebración de nuevas elecciones en condiciones democráticas: una posición muy cercana a la de la Unión Europea que evita, por lo pronto, el reconocimiento de dos presidencias. Respaldar acríticamente a Maduro, como lo ha hecho nuestra Cancillería, contribuye a la radicalización autoritaria y violenta del tirano y, paradójicamente, a que Estados Unidos justifique alguna intervención directa, lo que debemos evitar a toda costa.

No dilapidemos el capital diplomático que todavía tiene México en la defensa de un dictador que ha causado la mayor tragedia humanitaria del continente. No lo merece la memoria de Genaro Estrada, autor de la Doctrina Estrada, no lo merecen ni Venezuela ni México. Nos vemos en Twitter: @ceciliasotog y fb.com/ceciliasotomx.

Comparte en Redes Sociales