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Chiquitito

Cecilia Soto

Cecilia Soto

Siempre que en México sucede algo masivamente disruptivo del statu quo, los encargados de mantener ese estado de cosas recurren a la amenaza del “peligro extranjerizante”. A los que tenemos esa edad que nos hace merecedores de la vacuna anticovid no se nos olvidan las descalificaciones contra el movimiento estudiantil del ‘68 por parte del entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz. “Comunistas, manejados desde el extranjero”. Y cuando en 1973 el presidente Luis Echeverría fue repudiado al presentarse en Ciudad Universitaria, “jóvenes fascistas manipulados por la CIA”. Y antes de eso, se aplicó el mismo epíteto de “extranjerizante, ideologías importadas” a los movimientos de los médicos, de los ferrocarrileros, por pedir demandas tan exóticas como salario justo, respeto al sindicalismo independiente y las seis demandas del pliego petitorio del Consejo Nacional de Huelga.

De ese lado se ha colocado el presidente López Obrador al descalificar al feminismo como “simulador”: de defensor de un estado de cosas que oprime a las mujeres, que deja pasar la brutal violencia contra ellas; que, en los hechos, perdona el acoso sexual y la violación y se voltea para otro lado. El Presidente ha llamado a las protestas de las mujeres en contra de la candidatura a gobernador de un presunto violador, “simulación del feminismo”. ¿El “pacto patriarcal”? “Son expresiones importadas, copias... ¿qué tenemos que ver nosotros con eso si somos respetuosos de las mujeres y todos los seres humanos?”. Como si las miserias y sufrimientos que se producen y reproducen en el país fueran excelsas por ser propias; como si las realidades y propuestas que se producen fuera del país sean reprobables sólo por no ser mexicanas.

En el último siglo no ha habido en el mundo un movimiento más profundamente liberador que el feminismo porque ha afectado por oleadas a poco más de la mitad de la población mundial. No es un movimiento que inicie por la teoría, a diferencia de las revoluciones proletarias que estallaron con los escritos de Marx-Engels, ajenos a la clase a la que invitaban a rebelarse. En el caso de las mujeres es la experiencia de ellas, en su hogar, en la fábrica, en la maternidad, en la escritura, en la agricultura; su comprensión repentina de que no había nada de “natural” en el estado de opresión en el que se vivía. De esas experiencias propias se nutrieron las intelectuales que reflexionaron sobre el injusto estado de cosas y sus escritos alimentaron a los movimientos y éstos a ellas.

Afiliaciones nacionalistas y partidistas quedan en segundo plano ante la urgencia de que las mujeres —las de aquí y las de allá— puedan vivir su vida en igualdad, plenitud y paz. Se trata de la nación de las mujeres: por eso el movimiento por el sufragio femenino presente en nuestro país desde 1914 es tan propio como el de las pioneras neozelandesas o australianas. Por eso rechazamos el “esencialismo” que asociaba a las biologías masculina y femenina una “esencia” inmutable, determinante de la conducta de hombres y mujeres. Por eso la “perspectiva de género” iniciada por americanas y europeas dinamitó esa inmutabilidad para entender que la experiencia social nos hacía ser hombres y mujeres de determinada manera, que podíamos cambiar. Y la cambiamos. Y aprendimos que hay un arcoíris de identidades de género. Y cientos de miles, millones, de hombres y mujeres gays son más felices ahora. Y tomamos de las feministas americanas el concepto de “discriminación positiva” y “cuota de género” y de las bolivianas el de “paridad horizontal” para pronto superarlos y llegar a la “paridad en todo”. Nuestra imaginación no termina en las fronteras norte y sur ni en los océanos que nos separan de otros continentes. No tememos lo que se produce fuera de México: lo conocemos y evaluamos su potencial utilidad para avanzar en la ampliación de los derechos de las mujeres. Como bien escribiera recientemente Leticia Bonifaz: Sor Juana Inés De la Cruz es tan nuestra como de todas las mujeres que se deleitan en sus versos tan subversivos y tan actuales como hace más de 300 años.

El Presidente se describe a sí mismo como humanista. ¿Qué son menos humanos quienes no son mexicanos? ¿Acusar al movimiento feminista de usar conceptos “importados”, “copiados” del extranjero no denota el prejuicio implícito de que lo que se produce por otros u otras fuera de México es menos? ¿Qué diferencia hay entre esos argumentos salidos de Palacio Nacional y los de la Unión Nacional de Padres de Familia que ataca “la ideología de género” como “extranjerizante”? Parecen tender a una cercanía orgánica. Qué humanismo tan ramplón y tan chiquito.

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