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Biden: 100 días extraordinarios

Cecilia Soto

Cecilia Soto

Desde el 11 de junio de 1933, la toma de posesión de los presidentes norteamericanos tiene como referencia los 100 primeros días de la presidencia de Franklin Delano Roosevelt. FDR tomó posesión el 4 de marzo de 1933, 17 días después de sufrir un atentado por un desempleado desesperado en Miami que provocó 4 heridos y la muerte del alcalde de Chicago. Un día después, en Alemania, afianzaba legalmente su poder un tal Adolfo Hitler. En Estados Unidos no sólo la economía estaba sumida en la peor de las depresiones, sino que el ánimo nacional era depresivo también. En 1933 nacieron 15% menos bebés que en 1929, año de la caída de la Bolsa de Nueva York. Sólo el 50% de la fuerza laboral tenía empleo formal, una cuarta parte estaba desempleada y el restante tenía empleo parcial. La inversión privada estaba por los suelos y las quiebras bancarias sumaron ese año más de cinco mil dejando sin financiamiento y crédito a regiones enteras. El lunes 6 de marzo, Roosevelt ordenó el cierre nacional de los bancos y tres días después el Congreso aprobó un seguro para los ahorradores que permitió la reapertura de los bancos y el regreso de la confianza. En esos 100 días se aprobó un paquete de apoyo a la economía y las familias, equivalente al 6% del PIB norteamericano. Aunque posteriormente esa cantidad de estímulos se probó insuficiente, el ánimo nacional cambió. El 24 de julio, FDR mencionó por primera vez “los cien primeros días” y desde entonces se han convertido en una vara difícil de superar.

¿La audacia de los inicios de cada gobierno está determinada por la personalidad y talentos del presidente o a éstos tendremos que sumar las circunstancias de su llegada al poder? Éstas proveen las oportunidades y los retos que el nuevo equipo gobernante puede o no aprovechar o enfrentar y la posibilidad de que, de tanto en tanto, cristalice un momento único en la historia. En su libro Una tierra prometida, Barack Obama habla también del reto de sus primeros 100 días. Un mes antes de su toma de posesión, en diciembre de 2008, había recibido un análisis completo de la gravedad de la situación económica y de cómo las perspectivas eran más preocupantes de las previstas por cualquier análisis previo. Su equipo económico inició el debate sobre el tamaño del paquete de rescate que el nuevo gobierno debería proponer al Congreso; calcularon aproximadamente un billón de dólares, aproximadamente el 9% del PIB. Pero el gobierno anterior de George W. Bush había gastado cientos de millones de dólares para salvar a los bancos; el Congreso no aprobaría una iniciativa tan ambiciosa. Obama logró la aprobación de un paquete de 800 millones de dólares, equivalente al 5.5% del PIB, también insuficiente para una recuperación plena.

En sus primeros cien días, el presidente Joe Biden logró la aprobación del Plan de Rescate Americano, de 1,9 billones de dólares, equivalente al 9 por ciento del PIB, una cifra con mejores perspectivas para lograr una recuperación sostenida. Posteriormente ha anunciado el Plan Americano de Empleo, de 2.25 billones de dólares a distribuirse a lo largo de 8 años, dedicado a renovar y ampliar la infraestructura en su acepción clásica (puentes, carreteras, vías de ferrocarril, escuelas y edificios públicos) e infraestructura para el siglo 21, que atiende el cambio climático, energías limpias e internet ultrarrápido. Biden también propuso el Plan Americano para las Familias, de 1.7 billones de dólares, con gran énfasis en la inversión en capital humano, a través de la “economía de cuidados” y pagos mensuales para los niños y niñas para disminuir en por lo menos 50% la pobreza infantil. El Plan de Rescate sorteó la polarización en el Senado gracias a que se utilizó un mecanismo parlamentario especial llamado “reconciliación” que sólo puede usarse para temas presupuestales y excepcionalmente tres veces por año fiscal. Para lograr la aprobación de los otros planes mencionados, el gobierno de Biden requiere de una reforma fiscal que cobre más impuestos al 1-2% de la población más rica, que aumente también el impuesto a las empresas y que logre la aceptación de un impuesto global de 21% a las corporaciones americanas, independientemente del país en el que se registren.

¿Obama era menos ambicioso que Biden? ¡No! Las circunstancias cambiaron (ver La Revolución al Norte del 15/IV/21) demostrando el fracaso de medidas menos ambiciosas y, sobre todo, el fracaso de las tesis económicas que confían en que si se beneficia a la porción más alta de la pirámide, eventualmente los beneficios llegarán a los de abajo.

Aunque no todo es de mi gusto —por ejemplo, un nacionalismo económico para hacerle un guiño al electorado de Trump—, no me cabe duda de que éstos han sido los primeros cien días más significativos desde la llegada al poder de FDR. Ambicioso Plan de Rescate, logística a tambor batiente en la vacunación para lograr pronto la inmunidad de rebaño y el asomo de una diplomacia global de vacunas. Extraordinario.

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