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Alfonso Serrano y la fértil terquedad

Cecilia Soto

Cecilia Soto

Usted ha escuchado hablar de mi querido amigo y compañero de generación Alfonso Serrano Pérez–Grovas. El Gran Telescopio Milimétrico (GTM), uno de los ocho radiotelescopios que participaron en el consorcio Telescopio del Horizonte de Sucesos (EHT, por sus siglas en inglés), lleva unido el nombre de Alfonso Serrano, el científico de voluntad inquebrantable que hizo posible su existencia. Alfonso soñó por primera vez en 1987 con la construcción de un gran radiotelescopio en México, nicho menos competido que los observatorios ópticos. El proyecto binacional del GTM se aprobó formalmente en 1994 por las autoridades mexicanas y por las de la Universidad de Massachusetts. Por tanto, para llegar a consolidarse como proyecto científico y participar en 2015 en el EHT, el GTM, dependiente del Instituto Nacional de Astrofísica, Óptica y Electrónica (INAOE) tuvo que atravesar cinco sexenios: mínimo cinco cambios de legisladores en la crucial Comisión de Presupuesto, de gobernadores en Puebla y también en la Universidad de Massachusetts. Una proeza y prueba de que la ciencia debe administrarse de otra manera.

El pasado 10 de abril, el EHT, un consorcio de ocho radiotelescopios, que mediante algoritmos simula ser del tamaño de nuestro planeta, le regaló a la humanidad la primera imagen de la sombra de un agujero u hoyo negro delimitada por un plasma brillante, el llamado horizonte de eventos, la región límite donde, más allá de ella, todo, incluyendo las partículas de luz, es atrapado por el agujero negro. La participación del GTM Alfonso Serrano fue muy importante por su localización central, a 19 grados de latitud y por ser el de mayor de antena única (32 metros en 2017 y 50 metros en 2018).

Conocí a Alfonso Serrano en marzo de 1969 cuando entramos a la Facultad de Ciencias de la UNAM, a estudiar Física: brillante, carismático, creativo, de buen humor y generoso. En 1971, acudimos juntos a la manifestación del 10 de junio, sí, la que retrata la película Roma. Corrimos huyendo de la represión desde San Cosme, donde los Halcones sorprendieron a la manifestación, hasta Mariano Escobedo y Reforma. Después fuimos a la Facultad de Ciencias. Ahí, él –con fama de líder– fue convocado al auditorio de la Facultad de Medicina, donde vio “entre 15 y 18 cadáveres”. A mí, la experiencia del 10 de junio me cambió la vida y decidí dedicarme a transformar a México a través de la actividad política. La vocación científica en Alfonso era más intensa y decidió algo no tan diferente de lo mío: mejorar a México, pero a través de la ciencia y la tecnología. Alfonso era un convencido del valor  universal de la ciencia y, al mismo tiempo, apasionado por desarrollar en México capacidades humanas, científicas y tecnológicas. Mantuvimos la amistad hasta su muerte prematura, en 2011, meses después de que el GTM recibiera y procesara por primera vez señales radioeléctricas en el rango de 0.85 a 4 mm.

Además de estupendo científico, Alfonso era un líder nato. Una fuerza inmensa y perseverante capaz de mover las montañas de la burocracia mexicana, de tolerar con bonhomía la resistencia y críticas de colegas de la comunidad científica que rechazaban las dimensiones del proyecto. Era también un gran seductor: “enemigos” suyos terminaban convencidos de sus argumentos y enamorados del GTM. ¡Cuántos presupuestos se salvaron gracias a su ingenio y gracia! Poco después de mi campaña, en 1994, lo encontré en Boston. Él y su equipo, entre ellos el inolvidable Emmanuel Méndez Palma, estaban  en las negociaciones finales para formalizar el acuerdo con la Universidad de Massachusetts. La idea original eran aportaciones de 50% por cada institución con  un presupuesto de 50 millones de dólares.
Al final, México terminó poniendo poco más del 70 por ciento, lo cual le permitirá más tiempo para observar.

El GTM costó aproximadamente 250 millones de dólares, cinco veces más de lo planeado pero comparativamente  un costo muy bajo por un gran telescopio. Ya ha desarrollado tecnologías, equipos e instrumentación propias. Pero lo que no tiene precio son las vocaciones que la hazaña del EHT y del GTM Alfonso Serrano despertarán en niños y niñas, adolescentes, que decidirán mirar a los cielos de forma diferente e imaginarán para sí un futuro en la ciencia.
Gracias, querido Alfonso.

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