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La escuela que no se fue

Carlos Ornelas

Carlos Ornelas

El 5 de agosto publiqué en este nuestro Excélsior una pieza, “La escuela que se nos fue”. Sostengo el argumento de que, con todo y que no es un reconstituyente omnipotente, el programa Aprende en Casa II (ACII) amortigua efectos que la pandemia acarrea al sistema escolar. No obstante, al final, la desigualad educativa y social será mayor.

También argüí que hay una revaloración de la educación a distancia y que docentes y padres de familia experimentan nuevos retos. Empero, un artículo del sociólogo Emilio Tenti, “¿Cómo reconstruir una escuela post pandemia?”, en NoticiasPerfil (12/10), me puso a pensar en un asunto que se me escapó.

La escuela que está cerrada es la física, la material, la que tiene salones y donde conviven docentes y alumnos. Pero sobreviven la institución subjetiva, la mentalidad y los valores que surgen de esa materialidad: una escuela simbólica. Tal vez la gente piense en ACII como si fuera el establecimiento concreto. Parece que la Secretaría de Educación Pública quisiera hacer lo mismo, en los mismos tiempos, y espera resultados iguales a los de la escuela presencial. Pero es imposible.

Hábitos y tradiciones de maestros no mudan de un año a otro, ni aun en entornos de emergencia y cambios bruscos forzados por la pandemia. Los atributos culturales, los usos y formas de ejercer la pedagogía y traducir el currículo a una práctica completa son persistentes. Sin embargo, la emergencia quebró rutinas arraigadas.

Si bien nadie puede asegurar que la escuela presencial que teníamos era buena, una institución ejemplar, que ofreciera educación de calidad, los maestros podían discernir diferencias de los alumnos en ritmos de aprendizaje, acomodar el currículo y las tareas que sugieren los libros de texto a su contexto particular. Ya no lo pueden hacer. Hoy, los alumnos que no tienen conexión a la red tienen que ver, al menos, tres programas de televisión por semana y hacer tareas homogéneas.

Tal vez por ello —y por razones prácticas— muchos docentes reclaman que ACII no satisface las expectativas de la sociedad y les acrecienta el trabajo, violenta sus derechos laborales. En efecto, hay profesores de secundaria que tienen hasta ocho grupos (la doble plaza) y otros que tienen cuatro, más de 100 alumnos. Si ya antes tenían broncas para atender a los alumnos, en este momento se multiplican, se acabaron los horarios. También se modificaron las pautas de planeación y diseño de clases y tareas, pero las autoridades esperan que la evaluación sea igual que antes.

Además, muchas maestras también son madres de familia y tienen que representar dos papeles. Por una parte, cumplir con su función docente, enviar y revisar trabajos, contestar correos, estar al pendiente de las dudas de padres de familia, efectuar reuniones virtuales con alumnos y cuidar de su estado emocional. Por otra parte, cumplir como mamá y apoyar en las tareas escolares a los hijos, estar al pendiente del WhatsApp, los horarios de programas por TV y cuidarlos.

En familias de clase media urbana, con uno o dos hijos en casa, madres —incluso padres— apoyaron y hasta disfrutaron de la experiencia, al mismo tiempo que valoraron más el trabajo de los docentes de sus hijos. El Mundo de la Educación (edición 19, septiembre-octubre de 2020) ofrece testimonios valiosos sobre la experiencia de educar en casa, las vicisitudes que advirtieron y formas de salir adelante.

Desde la perspectiva de una de mis estudiantes, profesora de español en secundaria, los docentes sufren de burocratismo en grado superlativo. Directores y supervisores exigen triangular los programas de TV, aunque no tanto para que los niños aprendan, sino para alcanzar más cobertura y justificar el gasto.

 

Es allí donde se encuentra, pienso, la contradicción entre lo que puede cumplirse —incluso, algunos lo hacen con pasión— y las expectativas de que será igual que en la escuela presencial. El tesón de la mentalidad burocrática es fornido, representa a la escuela simbólica que no se fue.

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