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Hiroshima y Nagasaki: cultura de la paz

Carlos Ornelas

Carlos Ornelas

El pasado jueves se cumplieron 75 años de la primera explosión atómica en Hiroshima y el domingo que viene el segundo estallido en Nagasaki. En las ceremonias que se llevaron a cabo en Hiroshima este día 6 se recordaron las desgracias, los horrores y el sufrimiento de la gente.

Sin embargo, al igual que en años anteriores, en el mensaje no gobierna el mantra del terror, sino el de la reincidencia en la paz mundial.

Desde que se fundó la Organización de las Naciones Unidas y luego la Unesco, la educación para la paz y los derechos humanos han estado entre sus prioridades, baste con leer la fracción 2 del artículo 26 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos:

La educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana y el fortalecimiento del respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales… y promoverá el desarrollo de las actividades de las Naciones Unidas para el mantenimiento de la paz.

Y, uno de los mandatos principales de la Unesco es promover la cultura de la paz. La define como “un conjunto de valores, actitudes, modos de comportamiento y formas de vida que rechazan la violencia y tienen como objetivo prevenir los conflictos abordando sus causas profundas a través del diálogo y la negociación entre individuos, grupos y naciones”.

 

He pasado dos estancias académicas en Japón, una de cuatro meses en la Universidad de Hiroshima. Observé el trabajo de maestros y alumnos en escuelas de educación básica y dos de bachillerato. Percibí su pedagogía en acción. También he leído innumerables piezas sobre la educación japonesa de investigadores de muchas latitudes.

Por supuesto, los japoneses son japoneses y los atributos de eficacia, puntualidad, disciplina y logro colectivo son parte fundamental del ethos escolar. También una relación jerárquica. Pero todo se conjuga para tener una sociedad armónica, uno de los países con menor violencia criminal, poca drogadicción y mucha convivencia amable. En pocas partes del mundo he visto gente tan sonriente y afectuosa (y aseada) como en Japón.

Como en el mundo occidental, en Japón la familia extensa disminuye en peso social. Por ello, buena parte de los comportamientos sociales provienen de la experiencia escolar. Y allí los atributos de compañerismo, colaboración, acción colectiva y respeto a las reglas se inculcan de manera cotidiana, en las aulas, los clubes y los juegos.

¿Y qué es lo que está en el centro? Correcto, estimado lector: rechazo a la violencia, prevención de conflictos y fomento del diálogo y la negociación entre estudiantes y maestros. Cualidades que perduran en la vida adulta.

En Hiroshima y Nagasaki, en particular, se cultiva la cultura de la paz más allá de las aulas, en las visitas a los museos, las exposiciones de los horrores e himnos y poemas que glorifican la paz y condenan la violencia.

¡Envidiable! Quisiera algo parecido en México. Educación para la paz y la amistad es parte de mi edutopía.

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