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Economía y educación

Carlos Ornelas

Carlos Ornelas

Con el fin de documentar ciertos puntos y, de ser posible, cazar nuevas ideas, en estos meses he leído piezas sobre globalización y neoliberalismo —desde diversas perspectivas, a favor y en contra— y sus efectos en la educación. En esos menesteres, encontré un texto que me hizo recordar clases que tomé sobre economía de la educación en mis años del posgrado (David A. Turner, Neo-liberalism and Public Goods. D. Turner y H. Yolcu, compiladores, Neo-liberal Educational Reforms. Nueva York: Routledge, 2014).

El texto de Turner y Yolcu se aboca al estudio de fenómenos globales, con casos de varios países. Recordé las discusiones de los años 70 acerca de si el conocimiento era un bien público del que los individuos se apropian (capital intelectual) o de la sentencia marxista de que el conocimiento es una fuerza productiva de primer orden. Más hoy en la competencia global.

Sin embargo, ciertos pasajes (que resumo aquí) me motivaron a pensar en un proyecto de investigación al que tal vez pueda invitar a estudiantes de posgrado. Cierto, debe haber inquisiciones previas que trabajen el asunto, pero valdría la pena actualizar y documentar con la mayor precisión posible el gasto nacional en educación. Atención, no sólo el gasto público y privado en el sistema educativo, también en aspectos relacionados.

Resumo y nacionalizo los puntos que propone Turner. Ya sabemos que la educación juega un papel importante, tanto en la organización institucional como en las oportunidades de empleo. De lo que conocemos poco es que este enorme sector es un campo de servicios indispensables que aumenta su valor como mercado. Veamos: hay análisis del gasto (público y privado) en salarios e inversión en las instituciones básicas del sector, pero pocas veces se cuantifican costos en herramientas, materiales, papelería, materiales de impresión y otros. También, hay información sobre el desembolso en construcción y mantenimiento de planteles escolares y oficinas burocráticas, pero poco de lo que se invierte y sufraga en transporte, comunicación, seguridad y limpieza. Además de otras actividades como precios de alimentación y sustento de estudiantes y maestros.

Se puede seguir en la búsqueda de asuntos para ponderar los gastos del sector educativo. Claro, representa una labor enorme, costosa, tal vez tediosa al trabajar con grandes números. Sin embargo, sería conveniente poner un ojo ordenado a este inmenso territorio de actividad económica.

Por supuesto que el interés primario es académico, construir conocimiento, pero si se cimientan buenas bases de datos, se podrá dar el salto para inquirir sobre la relación del gasto con la política educativa, sus efectos en el aprendizaje de los alumnos y calcular cuánto le cuesta al país cada estudiante y egresado de cada nivel educativo.

No creo tener tiempo ni capacidad para un proyecto de esa magnitud, pero sí para discurrir sobre el conocimiento como bien público, capital intelectual y fuerza productiva.

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