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Docentes y aprendizaje

Carlos Ornelas

Carlos Ornelas

 

Este trimestre imparto el módulo Conocimiento y sociedad, en mi Casa abierta al tiempo. Es un curso introductorio a los estudios universitarios, común para todas las carreras. Tengo 28 alumnos, 26 asisten con regularidad. Nada más cuatro de ellos rebasan los 20 años. Y son diferentes a los estudiantes de mi generación (empecé a cursar mi licenciatura en 1962).

La mayoría no ha leído una novela, sólo dos leen con cierta regularidad algún periódico. Su escritura contiene faltas de ortografía y sintaxis. Pero no es que sean ignorantes, saben otras cosas y están bien informados, aunque sus fuentes sean dudosas.

Ciertos colegas se quejan porque “llegan con malos hábitos y desconocen muchas cosas”. Este lamento es viejo. En uno de los escritos del curso, Carl Sagan comenta con cierta sorna que Platón gruñía por “el desastre de que los jóvenes sean más ignorantes que la generación precedente”.

Asistí a la primaria antes del Plan de Once Años, es decir, con el mismo currículo de los años 40, cuando no había libros de texto gratuitos y los métodos, si bien memorísticos, nos forzaba a aprender y tal vez muchas cosas bien. Tuvimos maestras (nunca tuve un docente varón en la primaria), hacían su tarea. Tenían atributos de profesionalismo, como amor por su trabajo y, aunque con técnicas autoritarias, imponían disciplina a grupos de alrededor de 50 alumnos.

Vivíamos en otras condiciones sociales. El régimen de la Revolución Mexicana impulsó un sincretismo cultural, donde todo mundo —salvo unos cuantos rebeldes— sabían cuál era su lugar. Quienes asistíamos a la escuela (alrededor del 50% de niños entre los 6 y 12 años), por lo general proveníamos de familias estables, no sufrimos influencia de la televisión, sí del cine y de la radio. Algunos nos hicimos lectores por influencia de la familia y los que llegamos a la universidad (una minoría) estábamos equipados.

En alguna ocasión, mi amigo, Eduardo Weiss, apuntó que aprendimos no por el currículo, sino a pesar de él. “Teníamos maestros que gozaban de mayor prestigio social y aceptábamos con menos cuestionamiento lo que se nos ofrecía, porque el certificado escolar garantizaba nuestro futuro”.

Esos tiempos se fueron. Los jóvenes que recibimos en la universidad viven otras condiciones sociales. Además —y retomo a Sagan— la influencia de los medios —y hoy de las redes sociales— le indicaría a un extraterrestre que llegara a la Tierra que “queremos enseñarles asesinatos, violaciones, crueldad, superstición, credulidad y consumismo”.

No me quejo del déficit de mis alumnos. Me fijo en su potencial, les encargo tareas escritas a diario. Además de estudiar lo requerido, ya se embarcaron en la lectura de una novela y la reseñarán. También entregarán un informe de investigación en equipo al final del ciclo. Estoy convencido que lo harán sin yerros graves en la sintaxis y sin faltas de ortografía. ¡Aprenderán lo que esperamos! Su capacidad de aprendizaje es superior a la de mi generación.

 

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