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Acoso escolar y participación estudiantil

Carlos Ornelas

Carlos Ornelas

La violencia en el país está desatada también en nuestras escuelas. No es casualidad que el secretario de Educación Pública, Esteban Moctezuma, haya escogido Torreón para presentar a autoridades educativas estatales un proyecto para garantizar entornos libres de violencia. Está viva la memoria del niño que mató a su maestra y luego se suicidó en el Instituto Cervantes de esa ciudad.

¡Qué bien que las autoridades se preocupen por la seguridad de escuelas, niños y maestros! Pero garantizar es un verbo difícil de poner en práctica.

La Secretaría de Educación Pública plantea “buscar un cambio cultural que forme a una sociedad en donde estos hechos no ocurran”. Y, justo dos días después, Excélsior reportó: “Hallan subametralladora UZI en mochila de alumno de secundaria” (29/01/2020).

Es factible que el portador de un arma de ese tipo la usara para farolear o para agredir a otros alumnos, es decir, acosar a sus compañeros.

Para solucionar ese impulso, la Secretaría de Educación Pública propone: “un cambio coyuntural a través de las medidas preventivas necesarias, pero más allá, se debe dar una educación que se inscriba en una sociedad armónica, con civismo y con ética”.

Es para el plazo largo. ¡Qué bien que tenga una perspectiva del tiempo! La violencia no se erradicará en breve.

Tengo la impresión de que se desea legislar y proponer opciones para el alumnado, pero no se le toma en cuenta, no se le consulta sobre sus deseos, aspiraciones y formas de resolver conflictos.

Tratan de mantener las soluciones en el mundo de los adultos.

Sin embargo, la mayor parte de la solución depende de la conducta de los estudiantes que ven afectada su vida por el contexto de violencia que vivimos. “¿Por qué no les pedimos que aporten soluciones y las pongan en práctica?”, parece preguntarse Cecilia Vallejos Parás.

Cecilia Vallejos investigó durante tres años en una escuela secundaria de Tlalpan, platicó con maestros y padres de familia, pero fue mucho más allá con los estudiantes, los involucró en su proyecto de investigación.

Fueron al mismo tiempo sujetos de estudio y portadores de soluciones.

Su tesis de doctorado en ciencias sociales en la Universidad Autónoma Metropolitana Xochimilco (que aprobó con felicitaciones del jurado que presidí), Alumnos como co-investigadores: Acoso escolar y derecho de participación estudiantil, ofrece un panorama amplio del problema del bullying en la acepción de agresión entre compañeros.

Desmenuza el concepto, tipifica los casos de los agresores y las víctimas, analiza deseos y acciones de los pendencieros, sus formas impulsivas de actuar —a veces sin motivo aparente— para ejercer el poder sobre los más débiles.

Utilizó un método probado en otras latitudes: Participación activa de los jóvenes estudiantes en investigación (YPAR, por las siglas en inglés). Trabajó con 101 estudiantes entre los doce y dieciséis años.

Su trabajo resume sus preocupaciones y expectativas: reconocen que no viven en el lugar ni en las condiciones sociales y económicas que les gustaría, piensan que el gobierno no se preocupa lo suficiente por sus ciudadanos, tienen ganas de superarse y sueños que cumplir, se intranquilizan en torno al noviazgo, a volverse futbolistas o a trabajar en una gran empresa, dan gran valor al dispositivo móvil; 64 por ciento llega a la escuela acompañado de su papá o mamá; cincuenta y siete  por ciento regresa sólo a casa.

Los hallazgos del antes y después de la investigación de Cecilia son alentadores.

El 89 por ciento de los alumnos piensa que sí se puede prevenir la violencia.

La propuesta de la autora es sencilla —en su texto, en la realidad será dificilísimo—: poner en práctica lo establecido en leyes y convenios internacionales sobre el derecho a la participación de los estudiantes en la vida política y toma de decisiones en sus escuelas.

No hay que inventar mucho, sólo poner en práctica lo que ya está en la norma.

Sería conveniente que las autoridades leyeran este texto. Puede ser fuente de propuestas participativas, que no implican un gran costo, además.

¡Y sí, es para el plazo largo!

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