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Tiempo

Carlos Carranza

Carlos Carranza

Un año que inicia en medio de la incertidumbre. Días en los que constatamos que los próximos meses implicarán un reto que difícilmente podíamos imaginar hace apenas un año. Durante los primeros meses de esta pandemia, la cual sigue manteniendo en vilo nuestras expectativas del futuro, aparecieron todo tipo de ideas, teorías y supuestos que nos hablaban de lo que, como sociedades, llegaríamos a ser en cuanto terminaran los días de cuarentena y se lograra controlar la covid-19 a nivel mundial. No cabía la menor duda de que todo esto necesitaba llegar a su fin, que la sociedad tenía la obligación de transformarse ante las nuevas exigencias de una realidad que superaba cualquier teoría de la catástrofe y que, además, nuestro vínculo con la tecnología terminaría por definir un nuevo paradigma del conocimiento. En cuestión de un chasquido, teníamos imágenes y teorías de lo que seríamos dentro de una “nueva normalidad”; sin embargo, y a casi un año de la llegada del virus a los diferentes países del mundo, esa normalidad a la que se aspiraba aún está lejos de ser una opción que nos lleve a retomar todas las actividades que implica la vida cotidiana.

Comenzamos un año con la mirada atónita y con el recelo de percatarnos que estamos en el centro de un problema y disyuntiva que no podíamos calcular del todo: somos una sociedad que exige una pronta solución, pero que, al mismo tiempo, agudizamos la problemática sin miramientos. Si hemos de mirar hacia el pasado inmediato y realizar un análisis de cómo nos hemos comportado a lo largo de estos meses en los que la pandemia nos ha obligado a pensar lo que implica el vínculo entre los seres humanos, no podemos olvidar que el dolor y las pérdidas aún son heridas a las que les falta mucho tiempo para su cicatrización.

Día con día las, noticias dejan de ser alentadoras, a pesar de la inminente vacunación que nos permite suponer que ya tenemos cierta opción para imaginar ese futuro que tanto anhelamos. Sin embargo, ante las noticias que nos hablan del inicio de la etapa de vacunación contra la covid-19, la noción del tiempo y la realidad terminan por imponerse.

Hemos sido una sociedad que se ha impuesto un concepto del tiempo que es difícil de sostener durante esta época y que, en una perspectiva de futuro, se puede convertir, una vez más, en otra complicación que nos lleve a tropezar ante el proceso de vacunación, así como lo hemos hecho con las medidas de prevención a lo largo de esta pandemia. Cada persona tendrá sus propios actos de fe y podrá creer, o no, en la eficacia de las vacunas: hay quienes no dan crédito a un proceso que se ha desarrollado en tiempo récord, en comparación con el periodo de elaboración y prueba de otras vacunas. En este sentido, quienes al inicio de esta pesadilla trataban de buscar paralelismos y coincidencias en otros momentos de crisis —en los cuales las sociedades estuvieron inmersas en epidemias o pandemias—, solamente pudieron constatar que los seres humanos reaccionamos de manera muy similar ante estos conflictos: los miedos, la incertidumbre, lo irracional, el despertar del impulso más creativo, solidario y caritativo ante la adversidad, etc. No obstante, el tiempo se ha constituido como un nuevo factor en la explicación del presente: todo parece indicar que se ha llegado a la vacuna en tiempo récord. Pero también nos percatamos que se necesitará tiempo y recursos suficientes para garantizar que esta opción esté al alcance de las diferentes sociedades del mundo. Y no todos somos colectividades que nos distingamos por la paciencia, la tolerancia y el manejo de la frustración al observar que transcurren los días y los meses sin que se vislumbre un final que esté más allá de la politiquería que tanto daño ha hecho al manejo de la pandemia. La inmediatez sigue imperando de distintas maneras.

Baste recordar que, en esta apuesta por ir contracorriente en función del tiempo, algo debería ser muy claro: el conocimiento científico, es decir, el proceso educativo en niveles de alto desarrollo, es el que ha ofrecido las soluciones en el manejo y el posible fin de esta pandemia. Un desarrollo científico y, por consiguiente, educativo, que no sólo implicó tiempo para consolidarse: también de una clara política educativa por parte de sus respectivos gobiernos, es decir, una clara visión y perspectiva del futuro. De manera absurda, parece que ya se le fue el tiempo al presente gobierno en pensar esta opción de desarrollo.

No olvidemos que el miedo y la ignorancia, la codicia y el poder, nunca son una buena combinación: mucho menos en la perspectiva que implique el fin de esta pandemia. Respiremos, seamos pacientes y actuemos con el tiempo necesario en los próximos meses.

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