Logo de Excélsior                                                        

Respuestas

Carlos Carranza

Carlos Carranza

El lenguaje nos define y también nos brinda la posibilidad de observar el mundo en su más compleja dimensión. Los seres humanos necesitamos comprender lo que ocurre a nuestro alrededor para que, al enfrentarnos a nosotros mismos, tengamos la claridad de quiénes somos y la importancia de cada una de las acciones con las que construimos la realidad día con día. Eso lo hemos podido valorar cuando, en la historia, se nos habla de personajes que lograron constituirse como esos faros que orientaban a las barcas en medio de una tormenta que amenazaba con destruir todo rastro de la tripulación. Personas que inflamaron el espíritu de quienes necesitan palabras de aliento, que animaron el latir de los que no hallaban respuestas ante las dificultades derivadas de las crisis que padecieron en sus respectivas épocas, es decir, quienes por medio de sus actos lograron ser el reflejo de lo más valioso del ser humano, el cual se manifiesta en distintas expresiones: el arte, la filosofía, la solidaridad, la justicia, etc. Sin perder de vista que el poder político y económico ha explotado estos mismos valores para echar a andar la maquinaria de destrucción más nefanda y contradictoria que hemos provocado como humanidad.

Hay un mecanismo que no hemos podido desarticular por su eficacia en la construcción de los simbolismos relacionados con el poder: acostumbrados a erigir deidades y heroicidades que envolvemos en la grandilocuencia de las páginas, las esculturas y las imágenes que son el resultado de una idealización llevada a cabo por una sociedad y sus respectivos gobiernos, muchas veces olvidamos que la realización de sus proezas y hazañas, por las cuales serán recordados, tienen, en su cimientos, las ilusiones, la fe y la convicción de su propia gente: en esas personas también descansa la historia y la dimensión de lo que hemos sido como seres humanos.

  •  

 Si recorremos con cierta rapidez las imágenes de quienes conforman el ilustre panteón que se renueva sexenio tras sexenio en nuestro país, podemos darnos cuenta que el manejo de una visión histórica aún funciona como una herramienta que da buenos resultados —sin embargo, cabría preguntarse si será el mismo Emiliano Zapata del cual en su momento hablaron afanosamente Carlos Salinas y Ernesto Zedillo el del que hoy, como pilar de su discurso, López Obrador ostenta como uno de sus paladines históricos. Parecería que algo “no cuadra” en este personaje o en el discurso oficial que se ha construido a su alrededor.

Y lo mismo sucede con Benito Juárez, uno de los pilares del mundo liberal del siglo XIX —por cierto, actualmente cabría preguntarse qué significan las palabras liberal y conservador según el nuevo diccionario del gobierno—. Así, ante este planteamiento, es normal concluir que las estructuras del gobierno y del poder —sin perder de vista el mundo del narcotráfico— están diseñadas para la continua aparición y renovación de personajes que se constituyen como fuegos fatuos o peligrosas antorchas de la historia, quienes fueron capaces de incendiar lo que había a su alrededor.

El día de hoy no necesitamos de esos discursos. No es posible que la confrontación haya dejado de ser una estrategia electoral y política para convertirse en un mecanismo y casi deporte nacional. La crisis definirá a estas generaciones. Durante estos últimos meses la incertidumbre, la tristeza y la incredulidad parecen ser la única constante en medio de una pandemia cuyo término parece aún muy lejano. Necesitamos respuestas para una juventud y una niñez de quienes aún no podemos vislumbrar cómo recordarán esta época.

  •  

 Construyamos un discurso que no sea ajeno al dolor, al cual parece que nos hemos acostumbrado: a las muertes causadas por el covid-19, debemos sumar las que son resultado de la terrible violencia que ha imperado en nuestro país desde hace un par de décadas. Gente con nombre e historias que ya no se contarán más que como una estadística del horror y del duelo. Hoy sólo existe una displicencia por parte de todo el orden del gobierno.

La crisis apunta a los naufragios. Sin embargo, allí están esos pequeños faros que, a pesar de la obscuridad, son capaces de señalar el rumbo y señalar los peligros: la respuestas a esta crisis deberán surgir desde una sociedad que valore el bienestar común y le devuelva a la palabra esperanza el significado primordial y humano que hoy se ha diluido en un sinsentido.

Comparte en Redes Sociales