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El reverso de la misma moneda

Carlos Carranza

Carlos Carranza

Día con día se cumplen las expectativas de quienes observaban la complejidad que implicaría el nuevo año. Y tampoco era una conclusión producida por los estudios más sesudos ni las visiones astrológicas más refinadas: se llegaba a comprender —con alguna facilidad— que la crisis derivada de la pandemia causada por covid-19 nos llevaría a un laberinto del que no podríamos salir bien librados —manteniendo cierto optimismo—.

Era más fácil imaginar que, quizá, no estaríamos cerca de una posible salida y permaneceríamos encerrados, atrapados y perdidos entre las paredes levantadas por el absurdo, el cinismo y la violencia que no ha dado tregua en todo el país. Poco era lo que nos podía generar cierta expectativa: la aparición de una vacuna que, más temprano que tarde, abriera la posibilidad de retomar esa normalidad a la que estábamos acostumbrados; además, esto tendría como resultado que se reactivara el sector económico para hacer frente al desempleo y el cierre de las pequeñas y medianas empresas, que también sostienen al país.

Quizá uno de los pocos enigmas consistía en definir la manera en la que daría inicio una época electoral que, sin duda, ya se antojaba como un platillo que nos podría indigestar y causar malestares estomacales poco llevaderos. Un panorama lleno de variables y constantes que conforman una ecuación que, casi al terminar el primer mes del año, no será resuelta. Si algo ha quedado muy claro durante estos meses de pandemia, es la manera en cómo han surgido las miserias y los pozos en los que se ahogan las sociedades: la desigualdad social y económica, el racismo, el clasismo y la ignorancia han ganado muchas de las partidas que se han jugado en el tablero de la civilización.

La brújula del progreso, esa idealización del futuro que se ha fragmentado gracias a la perversión de las ideologías, pierde su magnetismo en medio de la locura que ha reinado en muchas de las expresiones humanas durante los últimos meses. A pesar de ello, y cabe subrayarlo con la tinta que será legible en el futuro, también es momento de recuperar y consolidar los esfuerzos de quienes representan ese aliento de esperanza y libertad, la tozudez de las expresiones artísticas, la educación y la solidaridad que no dependen de ningún programa gubernamental.

Así, aunque no hemos equilibrado la balanza ni recuperado el norte de la justicia, los días también nos implican con las acciones que constituyen esa resistencia que también es posible, según nos ha enseñado la historia. Sin embargo, el camino es sinuoso y necesitamos identificar y, por supuesto, enfrentar sin titubeos cada uno de los peligros que amenazan a nuestro país.

Durante esta semana hemos escuchado cómo se quiebran las lanzas y el eco resuena como una estridencia a la que nos hemos acostumbrado. En medio de la ambivalencia y el descaro, se levantan las banderas para librar batallas que sólo son el reverso de la misma moneda: en los últimos catorce o quince años hemos padecido una dinámica muy agresiva entre los simpatizantes, partidarios o porristas de quienes han gobernado durante los últimos tres sexenios.

No, este gobierno no es diferente y es cada vez más clara su tendencia a repetir y consolidar, ahora desde el poder, aquella estrategia a la que se enfrentó en la contienda electoral del 2006. López Obrador y su séquito partidista no olvidan esa campaña sucia que se libró en su contra desde los medios de comunicación y con la clara participación del Consejo Coordinador Empresarial. Absurdo sería creer que la pretendida oposición sí lo haya olvidado y también se desgarre las vestiduras bajo la sombra de la incongruencia.

Es imperante señalar que pocos como el actual Presidente para arengar una multitud electorera a partir de la victimización y la persecución de la cual se siente objeto; lo curioso es que hoy, dicho discurso, al estructurarse desde el poder presidencial, sólo es el reflejo de lo mismo que señaló durante tres campañas presidenciales. Por ejemplo, la incongruencia: esta semana se le exige a una red social que cumpla a cabalidad con la libertad de expresión, aquella que debe ser garantizada, de manera esencial, por Estado. Y esta última ha sido amenazada desde la misma tribuna presidencial al señalar de manera constante, y bajo cualquier pretexto, a los medios de comunicación que se muestran críticos a su gobierno.

Esta ya no es una variable: nos hemos acostumbrado a perdernos en el laberinto del encono y la agresividad, de la descalificación y saltarse los límites de la ley en aras de cumplir, a cualquier costo, de sus objetivos electorales. Y el gobierno también ha comenzado su propia campaña.

 

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