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Dorar la píldora

Carlos Carranza

Carlos Carranza

En la baraja de la información que diariamente se despliega frente a nosotros, hay cartas que son más abrumadoras que otras. Elegir alguna que no sea tan compleja, resulta casi imposible, pues diariamente nos enteramos de situaciones graves que aquejan a nuestro país y que en el gobierno son contrarrestadas con lo mejor que tienen a la mano: la distracción sistemática, los “lamparazos” mediáticos con base en verdades a medias o mentiras abiertas, el conflicto con el pasado o el ataque a periodistas y a los medios en los que trabajan. Y, sin embargo, las cartas más complejas no las podemos dejar de lado, a pesar del dolor de estómago que esto nos puede provocar.

Cualquier carta que se elija tiene una importancia trascendental, aspectos que nos deberían preocupar por la gravedad que implican. Por ejemplo, la seguridad en todo el país. Hace unos días circuló un video en el que se observa el ataque, por medio de un dron teledirigido, a un poblado que sufre los estragos del bombardeo. Eso ya lo habíamos visto en los noticieros como algo que sucede en otros países, en lejanos lugares en donde existen conflictos bélicos. Lo terrible es enterarnos que ese poblado es Tepalcatepec, en el estado de Michoacán. La realidad superó la ficción con una sencillez abrumadora: ese ataque fue obra del crimen organizado, los cárteles que demuestran su poder con armas de alto calibre y que, uno podría suponer, sólo serían de uso exclusivo del Ejército.

Más allá de las complicaciones y particularidades de los conflictos que existen en cada entidad, ese video es apenas un atisbo de la capacidad que tiene el crimen organizado frente a un Estado que, al menos durante los últimos tres años, se ha mostrado timorato, condescendiente y casi fraterno. No olvidemos que su política de “abrazos y no balazos” se ha convertido en una frase caricaturesca que se pronuncia con sorna y es el resumen de lo que han dejado de hacer como un Estado que garantiza la seguridad para el país. Ante esta situación, cualquier persona con un poco de criterio se plantearía las preguntas más que obvias: ¿en dónde están las policías de los estados? Y, quizá la más difícil de formular, ¿en dónde está el Ejército? Las respuestas, por desgracia, parece que las conocemos.

No hay día en el que en esa baraja que nos ofrecen los medios de información no se hable acerca de la violencia que existe en el país: desde los asaltos en plena vía pública y los transportes, hasta los ejecutados, que dejan de ser noticia en un santiamén. La violencia se ha normalizado en nuestra sociedad, a tal grado que se han trivializado estos terribles hechos. A esto se agrega lo poco que hacen los gobiernos locales y el federal más allá de los típicos discursos de justicia que ya nos sabemos de memoria, pues son los mismos que hemos escuchado durante décadas. Y las respuestas a nuestras preguntas van adquiriendo una triste dimensión que nos muestra un callejón sin muchas alternativas. Pero esto no es un tema que preocupe mucho a quienes, en el pasado, se desgarraron las vestiduras contabilizando cada uno de los muertos causados por la violencia durante los sexenios anteriores. Gritaban y vociferaban con la fuerza inversamente proporcional al silencio que hoy guardan, a sabiendas de que son cómplices de que esos “abrazos” están llevando al país a una situación sin retorno.

Hoy la discusión se concentra en otros temas que, además, no son menores. Y no, no se trata de volver a señalar por enésima ocasión de la irresponsabilidad de López Obrador al creer que sólo era una “gripa” y dar su conferencia mañanera sin el cubrebocas respectivo. Hoy su principal tema es una revocación de mandato y su insidiosa batalla en contra del INE en la que cada uno de sus saltimbanquis no han perdido la oportunidad de sumarse desde sus respectivos micrófonos o con pizarroncitos mediocres. Claro, ésta ha sido la coartada perfecta que, además, concatena la idea de la “austeridad republicana” y justicia que sólo aplica a quienes se han mostrado críticos ante el gobierno; además de una pretendida idea de democracia que sólo garantice su continuidad.

Así, las promesas de López Obrador que se cansó de pregonar durante su campaña y los primeros días de su cargo sólo han quedado como el registro del funcionamiento de la política de este país: “Dorar la píldora” es la mejor campaña y la principal forma de gobierno.

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