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De gazapos y revanchas

Carlos Carranza

Carlos Carranza

Hay errores que son pequeños monstruos cuyos rostros se multiplican hasta empañar la imagen de quienes los cometen. Algunos son simplezas, sin importancia; pero otros llegan a clavarse en la memoria de quienes los recordarán como algo asociado a los protagonistas de tales gazapos. Vamos de la sorpresa al enojo, quizá de la frustración a la sonrisa: el error no pasa inadvertido y, sin duda, el humor que implica dichos errores puede ser una amenaza poco llevadera para quienes se han equivocado y han sido proclives al culto de su personalidad. Sin embargo, también existen algunos errores que, bajo cierta perspectiva, son oportunos y llegan a trascender por las implicaciones que existen en ellos.

Ya parece una costumbre que, al tratarse de aspectos literarios, no podamos esperar mucho de quienes gobiernan y quienes los rodean. Sus equivocaciones han sido objeto de burla por parte de los críticos y opositores quienes, en su momento, se encargaron de magnificarlas con una sonrisa para evidenciar lo que implicaba ese momento.

Ahora bien, la historia brinda la oportunidad de las revanchas que, muy a pesar nuestro, no dejan de ser un síntoma de que algo sigue fallando entre los personajes que ocupan diversos cargos públicos o están cercanos al poder con los micrófonos muy abiertos. Si llevamos a cabo un ejercicio de memoria a corto plazo, podremos recordar momentos muy bochornosos. Que nadie olvide cuando Vicente Fox, en su discurso dictado durante el Congreso de la Lengua Española (2001), pronunció José Luis Borgues, al referirse al escritor argentino Jorge Luis Borges. Alguna fijación tiene el expresidente con este autor ya que, cuando le otorgaron el Premio Nobel a Mario Vargas Llosa, lo felicitó con mucho entusiasmo señalando que ya eran tres los galardonados: Paz, Vargas Llosa y Borges. Tampoco olvidemos el error de Martha Sahagún cuando modificó el nombre del escritor Rabindranath Tagore por el de Rabina Gran Tagora, lo cual evidenciaba que no tenía idea de quién era el escritor al que estaba citando en su discurso. Felipe Calderón no se puede jactar de que su plumaje no se atascó en el pantano de este tipo de errores: no es poco atribuirle a su admirado Ricardo Arjona una frase que es, en realidad, el título de un poema escrito por Mario Benedetti, El sur también existe. Nadie parece olvidar la dimensión del error que el entonces precandidato Enrique Peña Nieto cometió en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara del año 2011, cuando confundió al autor de La silla del águila, Carlos Fuentes, al atribuírsela a Enrique Krauze, y por no lograr nombrar un par de títulos más.

Recordemos que estos errores motivaron una discusión que planteaba si la figura presidencial o quienes ocupan cargos públicos —como Mario Delgado, Josefina Vázquez Mota, entre otros— deben poseer o no una cultura literaria, por así llamarla. Vaya dilema.

Algo muy singular ocurre con el actual gobierno: a pesar de que llegaron al poder con la imagen de ser personas con una mejor preparación artística y académica, los errores que se han suscitado en la actual administración han sido numerosos. Por ejemplo, Oscar Wilde escribió en lengua inglesa, lo cual no le otorga en automático la nacionalidad estadunidense. Poco se puede agregar acerca de los deslices aparecidos en las efemérides publicadas por las Secretarías de Cultura (la federal y de la CDMX).

Sin embargo, lo ocurrido en la página de la Conaliteg es algo que tiene diferentes aristas: en su página electrónica hay un apartado en el que se comparten, en formato digital, una serie de libros cuya publicación, en su momento, fue impulsada por José Vasconcelos. El error de llamar La Ileada al clásico atribuido a Homero, no sólo despertó la crítica y la burla por tratarse de un espacio administrado por la SEP; también motivó a que muchas personas se acercaran por curiosidad o morbo a esta página electrónica. En su respuesta, el organismo hace alusión a que ojalá ésto “propicie más lectores”.

Algo hay de cierto en su planteamiento: quizá muy pocas personas sabían de la existencia de un portal que comparte estos libros que son de gran importancia para la historia de la literatura y de la educación de nuestro país. Aquí hay un error que, bien mirado, ha dejado al descubierto un material de extraordinario valor. Sin embargo, también evidencia algo muy elemental: no queda muy claro el plan de promoción de estos textos, cómo se difunde su existencia más allá de un ámbito de las aulas de la educación básica. Y, bueno, también nos recordó la sonoridad de la palabra gazapo, la cual estará vinculada a una sonrisa cuando recordemos este momento.

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