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¿Tomarán afuera las cosas con calma? ¿Y nosotros aquí qué?

Ángel Verdugo

Ángel Verdugo

Tal cual

Una de las consecuencias más claras y menos entendidas en no pocos países, es la importancia de la idea que del país en cuestión se forman en el exterior. La globalidad ha terminado por borrar, todo obstáculo que impedía no hace mucho, que las opiniones críticas del exterior se conociesen en el país criticado.

De revisarse la historia reciente en ese tema, encontraríamos una relación interesante por lo que deja ver aún hoy de algunos países de América Latina —México incluido—. La respuesta más conocida allá por los años 60 del siglo pasado la cual, por más absurdo que podría parecer, es la muy conocida frase que todavía solemos utilizar a la menor provocación: ¡Y a esos cabrones qué les importa!

La frase, si dejáremos de lado el adjetivo que ofende, deja ver una actitud casi autárquica; de un aislamiento del resto del mundo plenamente consciente. Nadie tiene que meterse con México, o con Brasil, Argentina, Paraguay, Nicaragua, República Dominicana, Chile, Perú y un largo rosario de países durante los años de las dictadura y gobiernos autoritarios, sin ser éstos, necesariamente, producto de golpes de Estado o fraude electoral.

Lo nuestro en América Latina, es pensar que nadie del exterior tiene derecho alguno de inmiscuirse en nuestros asuntos e incluso, nadie debe opinar de nuestros asuntos internos los cuales, sólo deben interesar a los ciudadanos de cada país, no a los ajenos.

Todo eso, con la globalidad, cayó hecho pedazos; esa visión endógena en los tiempos que corren, casi está desterrada. Quedan por ahí algunos gobernantes que, sátrapas consumados y usurpadores del poder que abusan de las bondades de la democracia para acabar con ella, se molestan porque en el exterior se les juzga como lo que son: dictadores y autócratas.

Por otra parte, no sólo los gobernantes se molestan ante la crítica y los señalamientos de sus excesos y violencia en contra de la población. Hay otros ejemplos de rechazo de la opinión del ajeno, de la que expresan organizaciones del exterior cuya materia de análisis son, por ejemplo, el respeto de los derechos humanos y la lucha en contra de los feminicidios.

Esa molestia proviene de grupos sociales que, por más profundos que hubieran sido los cambios registrados en uno u otro país, priva una mentalidad atrasada y reacia a entender que el mundo avanza hacia el respeto generalizado de los derechos humanos, y la condena casi universal de la violación de los mismos.

En México, las cosas se dan —en eso de rechazar las críticas provenientes del exterior— en un terreno que deja ver el poco avance en cultura democrática. Me refiero a nuestra vida electoral, específicamente cuando los señalamientos de analistas y organizaciones del exterior (debido a las conductas y posiciones populistas, y el desprecio de la legalidad y nulo respeto de las instituciones de éste o aquel), generan de inmediato entre sus adoradores, reacciones de una violencia verbal tal, que adquiere tintes cercanos al fundamentalismo religioso.

Nosotros los mexicanos somos, desde hace muchos años, los primeros en criticar a todos y no toleramos, de ellos, la menor opinión en contra de quien consideramos encarna la perfección en todos aspectos. ¿Esa conducta es la que veremos de los seguidores de López en los próximos seis años?

Todo así lo deja ver. La cerrazón y el fanatismo se han apoderado de millones de ciudadanos; esperemos que la realidad los obligue a seguir una conducta civilizada.

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