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¿Todos equivocados, excepto ellos?

Ángel Verdugo

Ángel Verdugo

Tal cual

A lo largo de la historia, lo que sucede hoy en México y en otros países de la región, se ha registrado decenas de veces. La propensión a la infalibilidad y la sabiduría total (saber todo, de todo) es algo recurrente; cada que aparece un gobernante autoritario al frente de la gobernación en éste o aquel país —con pretensiones dictatoriales o no— con él llega, sin la menor intención de ocultarla o maquillarla, la sabiduría total.

El siglo XX ha sido pródigo en ejemplos de gobernantes así; a Lenin y Stalin siguió una pléyade de “sabios” en varias latitudes del planeta. La dinastía de los Kim en Corea y Mao en la República Popular China y quien hoy pretende igualarlo, Xi Jinping (que va por la misma ruta del Gran Timonel), son ejemplos ilustrativos de ese sueño de opio que es la sabiduría total. En Europa, a Hitler y Mussolini le siguen hoy Putin y Orbán en Hungría, entre otros.

La sabiduría total desemboca, más temprano que tarde —lo aceptemos o no—, en gobiernos unipersonales los cuales, obviamente, están sustentados en el pensamiento único: el del sabio que gobierna. Esa forma de gobernar ha traspasado fronteras y su llegada a América Latina no fue la excepción; los remanentes feudales en lo económico y nuestro atraso democrático y el caciquismo en lo político que tan bien se nos dan, dieron lugar a ejemplares que rivalizan, al menos en las tragedias económicas que causaron, con los que en Europa, Corea del Norte y la República Popular China destruyeron países.

Trujillo y Somoza junto con Perón son buenos ejemplos de quienes, en sus momentos de gloria y poder casi absoluto, “supieron todo, de todo”. Más recientemente, hay varios casos dignos de mención: Castro, Chávez y Maduro. Todos ellos sabían y saben todo de todo; no tienen ciencia aborrecida y su sapiencia es tal, que para nada necesitan asesores o especialistas en éste o aquel tema.

Al paso del tiempo, esa gobernación exhibe sus limitaciones, y el sabio termina por enseñar el cobre y su profunda y total ignorancia cuando el daño está hecho. Así, la tragedia económica es el único resultado posible, aunado a la división y discordia en la sociedad junto con la pérdida de la confianza de los inversionistas locales y extranjeros.

En América Latina hemos visto esta dolorosa y costosísima historia, una y otra vez; hoy, duele decirlo, después de crisis recurrentes desde la docena trágica de Echeverría y López Portillo entre otros casos dolorosos en varios países de América Latina, hay que agregar, a querer y no, lo que padecemos en México y padecen Argentina, Venezuela, Cuba y Nicaragua por citar cinco ejemplos emblemáticos de cómo no debe gobernarse.

Por encima de esta cruda realidad, tenemos que reconocer —si en verdad queremos enfrentar ese problema del pensamiento único y el gobierno unipersonal (del sabio que todo sabe, de todo), con seriedad y decisión para resolverlo—, que gobiernos con alguien así al frente, han sentado ya sus reales en esta sufrida región.

Hoy, es obligado preguntar —ante lo que padecemos y leemos de aquellos cinco países—, algo tan sencillo como esto: ¿Todos están equivocados, menos los gobernantes de esos países? ¿En verdad podemos dar una explicación tan irracional como ésa, y esperar que sea aceptada? ¿Todos se equivocan, menos los cinco gobernantes que prácticamente han destruido los países que gobiernan? ¿Cómo atreverse a expresar una excusa tan peregrina? ¿Con qué se sostiene algo tan alejado de la dolorosa realidad? ¿Con la estupidización del elector?

¿Cómo podría alguien en esos países, atreverse a afirmar que la recuperación de la economía ya comenzó? ¿Acaso estamos ante la expresión clásica de la sabiduría total del que sabe todo, de todo? ¿Y la realidad? ¿Cómo lidiar con ella y/o evadirla? ¿Es posible engañarla, tal y como hacemos con millones de electores?

Para bien o para mal, eso es imposible; la realidad, terca y dispuesta a cobrar las facturas pendientes, llega para quedarse y no se conforma con medidas cosméticas, exige una cirugía mayor. La pregunta, otra vez, brota sin freno alguno: ¿El sabio aceptaría reconocer que se equivocó, pues nada sabe de la gobernación y tampoco de economía? ¿Tan fácilmente aceptarían —cada uno de los cinco—, su ignorancia profunda la cual, desde antes del principio de su gobernación, ya era evidente?

Y a todo esto, ¿votó usted por el que “sabe todo, de todo”? ¿Se arrepiente?

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