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¿Sirven de algo las protestas a larga distancia?

Ángel Verdugo

Ángel Verdugo

Tal cual

Desde hace años, quizás desde fines de los años ochenta, el otrora DF, hoy CDMX, se ha convertido en una especie de pararrayos político. Dicho de otra manera: no hay causa o problema de índole diversa que no amerite ir a protestar a la CDMX.

Repito, no hay tema o problema por más pequeño y local que fuere, que grupos diversos que los enfrentan o defienden en las 31 entidades, que no se planteen como principio de la solución u obtención de los recursos necesarios para ella, protestar y exigir su solución en la Ciudad de México. Su exigencia de solución o demanda de recursos para éste o aquel proyecto o programa debe ser, indefectiblemente planteada al mismo Presidente porque, han de pensar los que encabezan la protesta o la exigencia, que hacerlo ante el gobernador y/o el presidente municipal en sus lugares de origen, de nada serviría.

Este vicio centralista no es nuevo en la industria de la protesta; en ella, no pocos grupos se han convertido, con el paso del tiempo, en bandas de delincuentes que han hecho de la violación sistemática de la ley su razón de ser y también, el instrumento para sus chantajes y extorsión a funcionarios federales.

Por otra parte, el arraigo de este peregrinar a la CDMX —antes al DF— significa, ni más ni menos, que a nadie le interesa que los problemas sean resueltos y las demandas de recursos satisfechas; unos, los delincuentes que cometen todo tipo de tropelías cometidas en flagrancia y en la total impunidad, son solapados por funcionarios y gobernantes cobardes quienes, temerosos de hacer respetar la ley sin distingo alguno, prefieren contemporizar con esos delincuentes para no ser acusados de represores.

Esto último, es el recurso de quienes desde la peor de las cobardías y la traición al compromiso de hacer respetar la Constitución y las leyes que de ella emanen, mediante carretadas de dinero público y concesiones ofensivas por los privilegios que otorgan a delincuentes, compran unos días de tranquilidad y visos de normalidad los cuales, en pocas semanas son hechos pedazos por las nuevas protestas violentas y los chantajes.

¿A quién interesa que las protestas y demandas sean resueltas en el ámbito local? ¡A nadie! Los gobernadores y los presidentes municipales no quieren en sus ciudades destrozos y protestas por lo que, en el colmo de la complicidad, ponen a disposición de estas bandas de delincuentes autobuses y recursos económicos para que vayan a la CDMX a hacer su borlote y destrozos.

La experiencia acumulada durante decenios ha demostrado, sin duda alguna, que esta forma de manejar los conflictos —reales o inventados—, nada positivo produce salvo, por supuesto, unos días de paz y normalidad en la CDMX pero, el conflicto sigue ahí, listo para ser utilizado unos meses después.

Un resultado perverso de esta visión de la gobernación, profundamente arraigada entre delincuentes y gobernantes y funcionarios, es el apoyo a esos delincuentes de quienes residen en la CDMX, y la comisión consecuente de delitos junto con ellos en su estadía destructiva en la capital del país. También, como una exhibición hipócrita de un falso espíritu revolucionario en unos casos y en otros simple oportunismo, los locales hacen suyas aquellas causas y después, por su cuenta protestan y a destrozar propiedad pública y privada. Entre más destrozos causen, más revolucionarios piensan que se ven.

Ahora, los grupúsculos locales han hecho suyos temas que por años fueron dejados de lado: los electorales. En consecuencia, no únicamente se dan las conocidas protestas en la CDMX de temas locales sino que ya aparecen aquellos de otras entidades; quienes así actúan, algunas veces no tienen idea de dónde se registran las violaciones reales o inventadas por las cuales protestan.

Es tal la nueva industria de la protesta, que grupúsculos de protestantes profesionales acuden, henchidos de fervor revolucionario y afán de figurar frente a reflectores y cámaras y micrófonos para tener algo que contar mañana a hijos y nietos, a la entidad respectiva y arman su espectáculo como si estuvieren en la CDMX: ropa negra, encapuchados y con protecciones como si fueren a una asonada. Los locales ven, las más de las veces, un espectáculo que para ellos es casi ridículo.

Por último, ante lo que comento, dejo a usted estas preguntas: ¿Sirven de algo las protestas a larga distancia? ¿Qué piensa al respecto?

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