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¿Qué piensan de nosotros, los inversionistas?

Ángel Verdugo

Ángel Verdugo

Tal cual

Nunca como hoy, la pregunta del título es de una actualidad que sorprende. Es de tal importancia y significación, que desde hace meses deberían habérsela hecho los que, de una u otra manera, participaron y participan en la decisión de abortar el proyecto del aeropuerto de Texcoco.

La ignorancia exhibida por parte de López en materia del papel de los mercados en toda economía abierta y en la globalidad, y también por no pocos de los eventuales integrantes de su gabinete, junto con el servilismo y la falta de dignidad personal y profesional de quienes como Romo, Urzúa, Jiménez, Esquivel, Herrera y no pocos de los que han callado en aras de ocupar el puesto prometido, han configurado ya una tormenta perfecta.

Por un lado está la mentalidad aldeana de YSQ la cual, en el mejor de los casos está anclada en una visión del desarrollo y el crecimiento económico propia de los años setenta del siglo pasado; por el otro, a personajes ambiciosos —sin escrúpulo alguno a la hora de hacer negocios— que, amparados y apoyados a veces en la complicidad y en otras sólo de un apellido. Con esos dos elementos han conformado una mezcla amorfa de impresentables que son, hoy por hoy, lo peor que podemos encontrar en la clase política mexicana.

¿Es relevante para un país como el nuestro, lo que piensan de nosotros —como país que ha buscado y busca convertirse en un destino confiable para toda inversión que la ley permita o no impida—, tanto los inversionistas locales como los extranjeros? ¿Es parte o no de la función de todo gobierno —en las actuales condiciones del planeta en materia económica y atracción de inversiones—, generar confianza para que algunos, entre aquellos, inviertan en México?

¿Es posible admitir de un político que en menos de cinco semanas será jefe de Estado en el país cuya economía es la número 15 del mundo, que diga —sin inmutarse—, que aquí ya no mandan los mercados? ¿Cómo alguien, a estas alturas —cuando casi todas las economías son abiertas y prácticamente todos los países están incorporados a la globalidad—, se atreve a hacer afirmaciones como ésa?

¿Cuál es el grado de ignorancia de quien ve y juzga a los mercados cual si fueren un político ambicioso, que pretende disputar el poder a un jefe de Estado en uno u otro país? ¿Cómo es posible que en la economía abierta que es México, la número 15 del mundo por su PIB, haya un político que diga tal desatino? ¿Cuál es la visión de la economía que norma sus posiciones, definiría y aplicaría ya al frente del gobierno?

¿Nadie de su entorno cercano —entre tanto doctor en economía—, ha sido capaz de atreverse a explicarle a López con naranjas qué son los mercados? ¿Urzúa, Esquivel, Márquez o Romo, ni siquiera eso han podido lograr, explicar a López cuál es el papel del gobierno en una economía abierta e incorporada a la globalidad? Ni para eso sirven.

¿Qué esperar ante tanta ignorancia del que en días tomará posesión? ¿Qué esperar de su intento de querer aplicar ideas económicas que, en el mejor de los casos pertenecen a un modelo de desarrollo arrumbado hoy en el cuarto de los tiliches? ¿Es posible gobernar así, con una visión que pretende vender el pasado y el antepasado como el mejor de los futuros? ¿Quién y cómo le explicará a López los rudimentos de una economía abierta?

Ante tanta ignorancia del que gobernará —en una materia tan importante como el papel de los mercados en una economía abierta—, ¿qué piensan los inversionistas? ¿Acaso no importa su opinión?

 

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